jueves, 30 de julio de 2015


El mal del desorden extremo, se ha popularizado.

Por Antonieta  B. de De Hoyos               agosto 1/15

Hace unos días leí un artículo en internet que me pareció interesante, porque en él se pone de manifiesto la manera tan sutil como a través de dos o más décadas, el desorden en las cosas se ha filtrado hasta los hogares.  

Haciendo un poco de memoria, empecé a recordar aquellas residencias hermosas que tuve oportunidad de conocer y que hoy comparo con las que en el presente visito. Tienen demasiadas cosas, muchas de ellas no van acorde con el ambiente, algunas son costosas otras son baratas, pero todas son una muestra clara de la compra compulsiva que caracteriza a la sociedad actual. 

Al hacer comparaciones con el antes y después, debo reconocer que a mediados del siglo pasado, todavía los padres se esmeraban en enseñar  a los hijos a colocar las cosas en su lugar. Cómo olvidar  aquel famoso refrán que miles de veces nos repitieron mamá y mi nana,  “un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”. No se nos negaba el uso de ellas: zapatos, chaquetas, libros, juguetes, galletas, dulces y demás pero, con la consigna de que todo debería volver a su lugar, incluyendo la basura. Así cuando alguien buscaba unas tijeras para cortar papel, o la cinta de pegar, o el alcohol, o una pluma, todos sabían dónde encontrarlas, pero también donde  ponerlas al desocuparlas. 

Lo  triste es que para nuestro infortunio, estos hábitos de orden se fueron perdiendo, los padres principalmente las madres se cansaron de educar, empezaron a dejar que los hijos dejaran las cosas donde les diera su gana; las mochilas a la entrada, los  zapatos en la sala o debajo de la mesa del comedor, la chaqueta tirada en el suelo, las camas sin tender, los juguetes regados por la casa y el patio, las toallas mojadas y la ropa en el piso del baño, platos y vasos sucios frente al televisor, montones en el fregadero, el correo apilado en una mesita, la computadora con la pantalla sucia y los cables enredados.

Un verdadero caos, que no puede disimularse cuando alguien de manera inesperada llega. ¿Somos dispersos?  ¿Desordenados?  ¿Necesitamos que alguien organice nuestras cosas?  Los expertos dicen que hay una línea muy fina entre una pésima organización y una adicción al desorden, por lo que es impostergable analizar a conciencia que tanto esta conducta está afectando nuestra vida personal y familiar. 

Distinta pero igual de dañina, es la situación de las personas que acumulan cosas pensando que algún día las pueden necesitar, los  especialistas mencionan que más del 50%  sufre  de depresión y 17%  tiene  un desorden obsesivo compulsivo,  por lo regular se trata de personas de mediana edad o ancianas. A esta acumulación compulsiva se le llama hoarding en inglés. Para finalizar aseguran que existe algo que les impide organizar, desechar  y romper con el apego, a pesar de saber  que lo que no usan en seis meses ya no les pertenece, es de otra persona a la que le urge aprovecharlo.

Dice Escrivá de Balaguer en su librito Camino…“Cuando tengas orden en tu vida, tendrás tiempo para Dios” será eso lo que nos ha alejado tanto de Él?           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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