martes, 31 de marzo de 2015


Tiempo de hablar con Dios.

Creo que todos en algún momento de nuestra vida, así llevemos una existencia tranquila  y estemos convencidos de nuestra fe, de manera inesperada, en un instante preciso se nos presenta esa duda inquietante, que nos saca de la zona de confort que disfrutamos. De repente deseamos con urgencia un encuentro con el Dios verdadero, porque nuestra mente se llena de recuerdos desagradables, esos que impiden al corazón acompasarse. El problema está en que no sabemos cómo iniciar la relación de fe con Él, incertidumbre que nos conduce a dejar pasar el mejor tiempo para lograrlo: la cuaresma. Cuarenta días con sus noches que nos invitan a reflexionar sin prisa, no sobre lo que ya pasó sino sobre lo que estamos viviendo.

Es obvio que a través de los años aprendemos a evitar  el mal y a compartir el bien, lo que no impide que en nuestro interior sigamos sintiendo de vez en cuando, un pequeño vacío que debemos subsanar y que mejor manera, que con el rezo y la meditación del viacrucis. Minutos de serenidad en los que un corazón arrepentido, acepta en silencio los equívocos y pide con humildad la iluminación para no volver a caer en ellos.     

Anoche antes de dormir, cuando el sentimiento de piedad me invadía de manera inusual, quizás por estar a punto de dar inicio la Semana mayor, imaginé que en la intimidad de mi recámara conversaba con Dios y le decía:

“Señor, hoy quiero hablarte y quiero que me escuches.

Sé que debí hacerlo desde hace mucho tiempo, pero tú que conoces todas las cosas, sabes lo que he tenido que pasar para que hoy, de rodillas, reconozca la enorme necesidad que tengo ti. Francamente no sé cómo he podido sobrevivir sin tomar en serio tus designios, de lo único que estoy segura es que ahora necesito tu perdón. Ten misericordia de mis pecados, de mi rebeldía, de mi indiferencia, de mi soberbia.

Ruego, porque me des un corazón nuevo y un ánimo fortalecido para no desistir en mi lucha contra la maldad, porque a veces la tentación me aparta del buen camino. Por eso te suplico, ¡enséñame a crecer en tu verdad! Ofrezco por convicción mi vida a ti, a Jesucristo tu hijo y a la obra de tu Santo Espíritu, sé que no será fácil porque para merecer tal privilegio, debo modificar primero  mi forma de vivir.

¡Ayúdame por favor! En este instante ya no dudo de que sin ti nada soy. Restáurame Señor, acércame a tu Espíritu Santo y derrama tu poder nuevamente sobre mí, dame la sabiduría de tu Palabra y guíame”  Amén.

En la sencillez de esta oración se percibe un auténtico arrepentimiento, lo que garantiza que será escuchada y que muy pronto recibiremos esa paz interior indispensable para seguir adelante. Si aun estamos aquí, es para que este bendecido día de la Resurrección de Jesucristo, dejemos atrás todos los temores, confiemos firmemente en Él, tomemos su mano y juntos caminemos hacia la eternidad.

Por Antonieta B. de De Hoyos                                   abril 4/15.

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