Semana Santa: reflexión sobre
la misericordia.
En nuestras oraciones
diarias, la mayoría suplicamos a Dios su misericordia, pero olvidamos que para
recibirla debemos primero ser nosotros, los misericordiosos. Desafortunadamente
una gran mayoría, desconoce la importancia de acudir al templo a fortalecer el
espíritu, si acaso hacen un tiempito los fines de semana y acuden por
obligación, por costumbre o para que los
vean. Esa inasistencia los hace cometer falta de respeto al recinto; conversan, se besan y abrazan así vengan de
comulgar, se dan la paz en desorden
y para colmo algunos se retiran antes de
recibir la bendición final. Pero esos sí, en la necesidad regresan afligidos a
suplicar la misericordia divina.
¿Pero que es misericordia? Es
la disposición que toda persona tiene de compadecerse de los trabajos y
miserias ajenas, esa amabilidad, ese apoyo al necesitado, especialmente en el
perdón y la reconciliación. En nuestra fe, la misericordia es uno de los
principales atributos divinos, Dios es Misericordioso; también es
esa pena o compasión por los que sufren que impulsa a ayudarles o aliviarles,
es la virtud que induce a ser benévolo en el juicio o castigo, es tener un
corazón solidario con los caídos en desgracia.
No hay que confundir la
misericordia con la lástima. La compasión si es un sentimiento verdadero, la
lástima no. Lo esencial es que la misericordia personal debe dar paso a obras
espirituales y corporales, recordemos lo que Jesús dijo: “Felices son los
misericordiosos, puesto que a ellos se les mostrará misericordia”. Lo que en
pocas palabras aclara que recibiremos su misericordia, de acuerdo a como
nosotros mismos la practicamos. El cristianismo ejemplifica con catorce obras
de misericordia que debemos ejercer con amor en el diario vivir, siete
corresponden a las obras espirituales y siete a las corporales.
Espirituales:
Enseñar al que no sabe. Dar buen consejo al que lo necesita. Corregir al que
yerra. Perdonar las injurias. Consolar al triste. Sufrir con paciencia los
defectos del prójimo. Rogar a Dios por los vivos y las almas perdidas. Leí
repetidas veces estas sabias recomendaciones y me di cuenta, de que lo que nos
destruye hoy como sociedad es la falta de misericordia en los hogares; ahí nace
el odio, la indiferencia, la intolerancia, el no perdonar ni consolar, el no hacer
oración por nadie.
Corporales: Visitar
y cuidar a los enfermos. Dar de comer al hambriento. Dar de beber al sediento.
Dar posada al peregrino. Vestir al desnudo. Liberar al cautivo. Enterrar a los
muertos. Vinieron a mi mente aquellos que a pesar de contar con familiares,
sufren en soledad y a veces duermen en la calle, los inocentes que se consumen
en las cárceles y los que a causa de la delincuencia mueren sin recibir
cristiana sepultura.
Para que el mundo cambie no
necesitamos leyes más enérgicas, basta que detengamos el paso y en el momento
preciso, cuando suplicamos a Dios su misericordia, recapacitar en la manera
cómo nosotros, la profesamos en el hogar.
Por Antonieta B. de De
Hoyos
3/28/15
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