jueves, 26 de marzo de 2015


Semana Santa: reflexión sobre la misericordia.

En nuestras oraciones diarias, la mayoría suplicamos a Dios su misericordia, pero olvidamos que para recibirla debemos primero ser nosotros, los misericordiosos. Desafortunadamente una gran mayoría, desconoce la importancia de acudir al templo a fortalecer el espíritu, si acaso hacen un tiempito los fines de semana y acuden por obligación, por costumbre  o para que los vean. Esa inasistencia los hace cometer falta de respeto al recinto;  conversan, se besan y abrazan así vengan de comulgar, se  dan la paz en desorden y  para colmo algunos se retiran antes de recibir la bendición final. Pero esos sí, en la necesidad regresan afligidos a suplicar la misericordia divina.  

¿Pero que es misericordia? Es la disposición que toda persona tiene de compadecerse de los trabajos y miserias ajenas, esa amabilidad, ese apoyo al necesitado, especialmente en el perdón y la reconciliación. En nuestra fe, la misericordia es uno de los principales atributos divinos, Dios es Misericordioso; también es esa pena o compasión por los que sufren que impulsa a ayudarles o aliviarles, es la virtud que induce a ser benévolo en el juicio o castigo, es tener un corazón solidario con los caídos en desgracia.

No hay que confundir la misericordia con la lástima. La compasión si es un sentimiento verdadero, la lástima no. Lo esencial es que la misericordia personal debe dar paso a obras espirituales y corporales, recordemos lo que Jesús dijo: “Felices son los misericordiosos, puesto que a ellos se les mostrará misericordia”. Lo que en pocas palabras aclara que recibiremos su misericordia, de acuerdo a como nosotros mismos la practicamos. El cristianismo ejemplifica con catorce obras de misericordia que debemos ejercer con amor en el diario vivir, siete corresponden a las obras espirituales y siete a las corporales.         

Espirituales: Enseñar al que no sabe. Dar buen consejo al que lo necesita. Corregir al que yerra. Perdonar las injurias. Consolar al triste. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Rogar a Dios por los vivos y las almas perdidas. Leí repetidas veces estas sabias recomendaciones y me di cuenta, de que lo que nos destruye hoy como sociedad es la falta de misericordia en los hogares; ahí nace el odio, la indiferencia, la intolerancia, el no perdonar ni consolar, el no hacer oración por nadie. 

Corporales: Visitar y cuidar a los enfermos. Dar de comer al hambriento. Dar de beber al sediento. Dar posada al peregrino. Vestir al desnudo. Liberar al cautivo. Enterrar a los muertos. Vinieron a mi mente aquellos que a pesar de contar con familiares, sufren en soledad y a veces duermen en la calle, los inocentes que se consumen en las cárceles y los que a causa de la delincuencia mueren sin recibir cristiana sepultura.

Para que el mundo cambie no necesitamos leyes más enérgicas, basta que detengamos el paso y en el momento preciso, cuando suplicamos a Dios su misericordia, recapacitar en la manera cómo nosotros, la profesamos en el hogar.

Por Antonieta B. de De Hoyos                              3/28/15

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