domingo, 22 de marzo de 2015


Se aprende a amar en pareja.

Sin saber cómo, de pronto  me convertí en espectadora de una discusión que sostenía un matrimonio amigo, era un pequeño altercado, de esos que la mayoría de los casados hemos vivido. Él le refutaba su mal carácter, sus celos infundados, lo voluble de sus decisiones, las miles de veces que le había desconcertado con sus críticas, pero sobre todo, lo insatisfecha que había vivido con la economía hogareña.

Ella se defendía diciendo que eran tiempos pasados, que afortunadamente había comprendido las lecciones recibidas, que sentía que había madurado en esos treinta años, pero aclaró que eso no significaba que la conducta de él hubiera cambiado, sino que ambos con amor y paciencia superaron las fallas. Mientras hablaban los observé en silencio, momento que aproveché para hacer mi propio balance y apreciar similitudes. El día de la boda civil y religiosa todo es alegría, besos, abrazos, música, regalos, comida y baile; pero lo que viene después es impredecible, comienza un severo y largo aprendizaje que jamás termina. 

Lo que ellos mencionaban no me causaba asombro, era el clásico acoplamiento que prepara a las parejas para que pasada la juventud, llegue la armonía necesaria que les permita ayudarse durante los achaques de la vejez, y entre lágrimas y risas ya con un amor a prueba de fuego, emprender juntos el camino hacia la eternidad. 

En lo que no estuve de acuerdo con él, fue cuando enfatizó  que ella no había cambiado  porque “genio y figura hasta la sepultura”. Este es un refrán popular que hace referencia a los que perduran en la ignorancia y testarudez, pero no valora a esa gran mayoría que si se esfuerza cada día, por alcanzar su crecimiento intelectual, emocional y espiritual.

Entonces, ¿Cómo se puede aprender a amar, a alguien que es toda vitalidad? Si vemos a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que las parejas de hoy tienen la misma energía de siempre, pero carecen de la fortaleza espiritual de antaño. Es una verdadera lástima que en la actualidad, las nuevas generaciones no perciban la presencia de Dios durante su desarrollo, reciben cientos de cosas y alimentos en abundancia pero los verdaderos afectos se les escatiman.

Todos somos perfectibles, el cristianismo nos lo dice a cada momento, solo se necesita fuerza de voluntad y no tener miedo a equivocarse, porque hasta en los errores la persona inteligente aprende. Por eso, cuando se vive en pareja cada día debe ser bendecido con un recomenzar, pensando primero en purificar el alma, para después con serenidad pedir perdón y perdonar. Evaluemos lo caro que nos está costando como familia y como sociedad el alejarnos cada vez más de Dios.

Estamos a punto de iniciar la Semana Santa y con ella la oportunidad de gozar el encuentro más maravilloso, busquemos esa divina luz que tanta falta nos hace para minimizar defectos y engrandecer virtudes.  

Antonieta B. de De Hoyos                      Marzo 21/15

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