Se
aprende a amar en pareja.
Sin saber cómo, de
pronto me convertí en espectadora de una
discusión que sostenía un matrimonio amigo, era un pequeño altercado, de esos
que la mayoría de los casados hemos vivido. Él le refutaba su mal carácter, sus
celos infundados, lo voluble de sus decisiones, las miles de veces que le había
desconcertado con sus críticas, pero sobre todo, lo insatisfecha que había
vivido con la economía hogareña.
Ella se defendía diciendo que
eran tiempos pasados, que afortunadamente había comprendido las lecciones
recibidas, que sentía que había madurado en esos treinta años, pero aclaró que
eso no significaba que la conducta de él hubiera cambiado, sino que ambos con
amor y paciencia superaron las fallas. Mientras hablaban los observé en
silencio, momento que aproveché para hacer mi propio balance y apreciar
similitudes. El día de la boda civil y religiosa todo es alegría, besos,
abrazos, música, regalos, comida y baile; pero lo que viene después es
impredecible, comienza un severo y largo aprendizaje que jamás termina.
Lo que ellos mencionaban no
me causaba asombro, era el clásico acoplamiento que prepara a las parejas para
que pasada la juventud, llegue la armonía necesaria que les permita ayudarse
durante los achaques de la vejez, y entre lágrimas y risas ya con un amor a
prueba de fuego, emprender juntos el camino hacia la eternidad.
En lo que no estuve de
acuerdo con él, fue cuando enfatizó que
ella no había cambiado porque “genio
y figura hasta la sepultura”. Este es un refrán popular que hace
referencia a los que perduran en la ignorancia y testarudez, pero no valora a
esa gran mayoría que si se esfuerza cada día, por alcanzar su crecimiento
intelectual, emocional y espiritual.
Entonces, ¿Cómo se puede
aprender a amar, a alguien que es toda vitalidad? Si vemos a nuestro alrededor,
nos daremos cuenta de que las parejas de hoy tienen la misma energía de
siempre, pero carecen de la fortaleza espiritual de antaño. Es una verdadera
lástima que en la actualidad, las nuevas generaciones no perciban la presencia
de Dios durante su desarrollo, reciben cientos de cosas y alimentos en
abundancia pero los verdaderos afectos se les escatiman.
Todos somos perfectibles, el
cristianismo nos lo dice a cada momento, solo se necesita fuerza de voluntad y
no tener miedo a equivocarse, porque hasta en los errores la persona
inteligente aprende. Por eso, cuando se vive en pareja cada día debe ser
bendecido con un recomenzar, pensando primero en purificar el alma, para
después con serenidad pedir perdón y perdonar. Evaluemos lo caro que nos está
costando como familia y como sociedad el alejarnos cada vez más de Dios.
Estamos a punto de iniciar la
Semana Santa y con ella la oportunidad de gozar el encuentro más maravilloso,
busquemos esa divina luz que tanta falta nos hace para minimizar defectos y
engrandecer virtudes.
Antonieta B. de De Hoyos Marzo 21/15
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