¡Gracias Dios!
Lo más probable es que durante la euforia de la juventud y madurez, pocas veces nos detengamos ante el milagro de permanecer vivos y que hasta después de superar un quebranto de salud sea cuando lo tomemos en cuenta.
Lo más probable es que durante la euforia de la juventud y madurez, pocas veces nos detengamos ante el milagro de permanecer vivos y que hasta después de superar un quebranto de salud sea cuando lo tomemos en cuenta.
Solo al convertirse
en adulto mayor, cuando de repente sentimos nuestro cuerpo cansado, deteriorado,
percibimos que nuestra principal riqueza consistía en poseer un organismo sano que
a veces por descuido maltratamos.
Los jóvenes,
adolescentes y adultos, en su exagerada libertad y felicidad se exponen
diariamente a sufrir accidentes que les incapacitan o conducen irremediablemente
a una muerte prematura.
La gran
amenaza en la actualidad lo representa el alto consumo de drogas, alcohol y las
enfermedades de trasmisión sexual.
Triste
realidad que debemos aceptar como resultado de la deficiente o casi nula educación
en el hogar, esa infancia en la que los padres por negligencia dejamos de
inculcar en los hijos el agradecimiento, permitiendo así la entrada a la soberbia
y la violencia.
Urge retomar la
virtud del agradecimiento, es impostergable aprender a agradecer por todo lo
que se recibe de la vida o de Dios, según las creencias.
Alrededor del
mundo se vive una etapa difícil.
Una epidemia nos
ha despertado del letargo materialista en el que habíamos caído, ricos y pobres
de acuerdo a su dimensión despilfarra. Olvidamos por completo el amor al
prójimo, el servicio a los demás, el compartir con el que menos tiene, el
respeto a la propia vida.
Hoy la adversidad nos obliga a repensar en nuestra conducta y a sufrir esas
dolorosas lecciones que seguramente servirán para hacernos mejores personas y a
cuidar con mayor esmero a los que nos rodean.
En estas semanas de encierro, aprovechemos para que con sincero
arrepentimiento enseñemos a los pequeños a ser agradecidos y a que comprendan que
cada fracaso es para entender el fracaso de los demás y ofrecer ayuda.
Es el tiempo ideal para empezar a agradecer por todas aquellas ocasiones en
las que tuvimos que practicar la paciencia, la tolerancia y la esperanza,
porque gracias a ellas pudimos descubrir la realidad y la verdad.
Algunos atribuyen a su suerte el resolver con acierto sus problemas, otros
creemos que es Dios quien nos ilumina. De cualquiera de las dos formas, las
victorias que obtenemos nos preparan
para los días tristes.
Agradecemos de corazón por los padres que tuvimos, (algunos no gozan ese
privilegio) por los amigos, por los
maestros, por los libros leídos, los viajes realizados, las comidas disfrutadas,
por el aire respirado.
Lo máximo es agradecer por haber conocido a Dios, saber que vela por nosotros
a pesar de los errores y debilidades. Por tener el enorme privilegio de caminar
este espacio terreno sabiendo que nos ama a pesar de los defectos, sobre todo
por esas soluciones que nos ofrece a pesar de nuestras terquedades.
¡Gracias Dios, por el inmenso gozo de comprobar que aún sigo vivo!
Antonieta B. de De
Hoyos.
4/15/20
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