miércoles, 8 de abril de 2020


¡Gracias  Dios!
Lo más probable es que durante la euforia de la juventud y madurez, pocas veces nos detengamos ante el milagro de permanecer vivos y que hasta después de superar un quebranto de salud sea cuando lo tomemos en cuenta.
Solo al convertirse en adulto mayor, cuando de repente sentimos nuestro cuerpo cansado, deteriorado, percibimos que nuestra principal riqueza consistía en poseer un organismo sano que a veces por descuido maltratamos.
Los jóvenes, adolescentes y adultos, en su exagerada libertad y felicidad se exponen diariamente a sufrir accidentes que les incapacitan o conducen irremediablemente a una muerte prematura.
La gran amenaza en la actualidad lo representa el alto consumo de drogas, alcohol y las enfermedades de trasmisión sexual.    
Triste realidad que debemos aceptar como resultado de la deficiente o casi nula educación en el hogar, esa infancia en la que los padres por negligencia dejamos de inculcar en los hijos el agradecimiento, permitiendo así la entrada a la soberbia y la violencia.
Urge retomar la virtud del agradecimiento, es impostergable aprender a agradecer por todo lo que se recibe de la vida o de Dios, según las creencias.
Alrededor del mundo se vive una etapa difícil.
Una epidemia nos ha despertado del letargo materialista en el que habíamos caído, ricos y pobres de acuerdo a su dimensión despilfarra. Olvidamos por completo el amor al prójimo, el servicio a los demás, el compartir con el que menos tiene, el respeto a la propia vida.
Hoy la adversidad nos obliga a repensar en nuestra conducta y a sufrir esas dolorosas lecciones que seguramente servirán para hacernos mejores personas y a cuidar con mayor esmero a los que nos rodean.
En estas semanas de encierro, aprovechemos para que con sincero arrepentimiento enseñemos a los pequeños a ser agradecidos y a que comprendan que cada fracaso es para entender el fracaso de los demás y ofrecer ayuda.  
Es el tiempo ideal para empezar a agradecer por todas aquellas ocasiones en las que tuvimos que practicar la paciencia, la tolerancia y la esperanza, porque gracias a ellas pudimos descubrir la realidad y la verdad.
Algunos atribuyen a su suerte el resolver con acierto sus problemas, otros creemos que es Dios quien nos ilumina. De cualquiera de las dos formas, las victorias que obtenemos   nos preparan para los días tristes.
Agradecemos de corazón por los padres que tuvimos, (algunos no gozan ese privilegio)  por los amigos, por los maestros, por los libros leídos, los viajes realizados, las comidas disfrutadas, por el aire respirado.
Lo máximo es agradecer por haber conocido a Dios, saber que vela por nosotros a  pesar de los errores y debilidades. Por tener el enorme privilegio de caminar este espacio terreno sabiendo que nos ama a pesar de los defectos, sobre todo por esas soluciones que nos ofrece a pesar de nuestras terquedades.
¡Gracias Dios, por el inmenso gozo de comprobar que aún sigo vivo!
Antonieta B. de De Hoyos.                                      4/15/20

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