Y ahora ¿qué hacemos?
Es terrible lo que está
sucediendo en cualquiera de los puntos a donde nuestra mirada se pose. El
planeta está sobre poblado y pareciera que quisiéramos reducir su cantidad de
habitantes, matándonos.
La guerra en medio
oriente no es el principio, sino la continuación de muchos enfrentamientos
entre las naciones en disputa motivados por la ambición, los países pobres
siguen en su pobreza extrema aunada al hambre y la enfermedad, mientras una
minoría en los países del primer mundo y en los que están en vías de desarrollo
gozan de los excesos.
Lo cierto es que
mientras el cristianismo y toda doctrina que se basa en principios humanitarios
son laceradas, vemos asombrados como la falta de amor al prójimo nos está
destruyendo.
Es tal la agresividad y
la cantidad de armas que circulan en la sociedad, que no hay día en el que no
sea noticia un asesinato y lo que es peor, el incremento como consecuencia de
esas terribles acciones, de personas discapacitadas por sus heridas.
La fila de huérfanos y
viudas se alarga, la gente siente miedo de salir a la calle a realizar sus
tareas habituales, presentimos que en cualquier momento podremos estar en el
lugar equivocado a pesar de nuestra inocencia.
Por supuesto que urge
encontrar a los responsables de esta terrible situación, por eso ponemos en
primer lugar a las autoridades, a el gremio policiaco, a los narcos, a los
videojuegos, a los medios de comunicación, a los hombres y mujeres que
abandonan a sus hijos condenandolos a caer en los vicios y bandas criminales.
En un espacio de
silencio, miremos hacia nuestro interior y reflexionemos sobre la conducta de
todos. ¿Cuantos conocemos y practicamos los Diez Mandamientos? ¿Cuantos nos
acercamos al templo a orar y dejar de condenar la conducta de algunos
sacerdotes? ¿Cuantos persignamos a nuestros niños al amanecer y al anochecer?
¿Cuántos les damos buenos ejemplos? ¿Cuantos bendecimos nuestros alimentos y
nuestro hogar?
En mi época de
educadora leí un libro que se llamaba “Educar en la sensibilidad”, normas de
buena conducta que debían seguirse dentro y fuera del hogar y de manera muy
especial invitaba a despertar y fortalecer el espíritu infantil. En sus páginas
sugería a los padres a esmerarse en la
educación de sus hijos antes de que terminara su niñez
No en balde aquella frase
de “Dame a un niño hasta los siete años y después has con él lo que quieras”. Ya
en su etapa adulta será muy difícil que se salga del buen camino.
La ignorancia, la falta
de educación moral y espiritual nos está hundiendo en este espantoso fango. Oremos
y trabajemos en el cambio maestros, padres de familia y adultos en general. Sabemos
que es una ardua tarea pero hagámoslo, que
no quede en nuestra conciencia que por negligentes contribuimos en mucho a su
destrucción.
Antonieta B. de De
Hoyos 15/1/20
No hay comentarios:
Publicar un comentario