miércoles, 15 de enero de 2020


Y ahora ¿qué hacemos?
Es terrible lo que está sucediendo en cualquiera de los puntos a donde nuestra mirada se pose. El planeta está sobre poblado y pareciera que quisiéramos reducir su cantidad de habitantes, matándonos.
La guerra en medio oriente no es el principio, sino la continuación de muchos enfrentamientos entre las naciones en disputa motivados por la ambición, los países pobres siguen en su pobreza extrema aunada al hambre y la enfermedad, mientras una minoría en los países del primer mundo y en los que están en vías de desarrollo gozan de los excesos.
Lo cierto es que mientras el cristianismo y toda doctrina que se basa en principios humanitarios son laceradas, vemos asombrados como la falta de amor al prójimo nos está destruyendo.
Es tal la agresividad y la cantidad de armas que circulan en la sociedad, que no hay día en el que no sea noticia un asesinato y lo que es peor, el incremento como consecuencia de esas terribles acciones, de personas discapacitadas por sus heridas.
La fila de huérfanos y viudas se alarga, la gente siente miedo de salir a la calle a realizar sus tareas habituales, presentimos que en cualquier momento podremos  estar en el  lugar equivocado a pesar de nuestra inocencia.
Por supuesto que urge encontrar a los responsables de esta terrible situación, por eso ponemos en primer lugar a las autoridades, a el gremio policiaco, a los narcos, a los videojuegos, a los medios de comunicación, a los hombres y mujeres que abandonan a sus hijos condenandolos a caer en los vicios y bandas criminales.
En un espacio de silencio, miremos hacia nuestro interior y reflexionemos sobre la conducta de todos. ¿Cuantos conocemos y practicamos los Diez Mandamientos? ¿Cuantos nos acercamos al templo a orar y dejar de condenar la conducta de algunos sacerdotes? ¿Cuantos persignamos a nuestros niños al amanecer y al anochecer? ¿Cuántos les damos buenos ejemplos? ¿Cuantos bendecimos nuestros alimentos y nuestro hogar?
En mi época de educadora leí un libro que se llamaba “Educar en la sensibilidad”, normas de buena conducta que debían seguirse dentro y fuera del hogar y de manera muy especial invitaba a despertar y fortalecer el espíritu infantil. En sus páginas sugería a los padres a  esmerarse en la educación de sus hijos antes de que terminara su niñez
No en balde aquella frase de “Dame a un niño hasta los siete años y después has con él lo que quieras”. Ya en su etapa adulta será muy difícil que se salga del buen camino.     
La ignorancia, la falta de educación moral y espiritual nos está hundiendo en este espantoso fango. Oremos y trabajemos en el cambio maestros, padres de familia y adultos en general. Sabemos que es una  ardua tarea pero hagámoslo, que no quede en nuestra conciencia que por negligentes contribuimos en mucho a su destrucción.   
Antonieta B. de De Hoyos                                 15/1/20

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