miércoles, 19 de diciembre de 2018


¡La añorada renovación espiritual!
Desde niña hasta la edad de adulto mayor, he escuchado a la gente desear a sus semejantes feliz nochebuena y feliz navidad. Tiempo después me di cuenta que la navidad no es solo el día siguiente, sino hasta la llegada de los Retes Magos.
Lo curioso es que siempre había pensado que esta época era de mucha alegría, de viajes, de comidas sabrosas y de hermosos regalos.
 Poco a poco, casi sin sentirlo la vida me fue mostrando que eso no es lo importante, que lo más bello de esta temporada, es mirar hacia nuestro interior y encontrar ahí en la quietud de esa santa noche, la fortaleza espiritual anhelada.   
Por esa razón lo primero que tenemos que hacer, es abrir nuestro corazón a la fe y suplicar a Dios porque nuestras acciones del año entrante, estén saturadas de compasión y servicio al prójimo.
Ahora es imprescindible dejar de lado las francachelas, es apremiante tener la mente despejada para conducirnos hasta ese Dios que está por encima de todo, para después con serenidad recibir esa gracia que nos permite hacer realidad lo soñado.
Esta celebración invita a un cambio personal, pero no a ese que creemos sentir cuando nos invade la emoción del momento, sino  aquel que queda grabado de forma permanente en nuestra conducta y que queremos compartir con la familia. 
Sería bueno acostumbrarnos a hablar siempre en tono de paz, de amor fraterno, de unión familiar, de armonía social; hacer vida el enviar bendiciones a todos con los que convivimos y a bendecirnos a nosotros mismos cada día. 
Coloquemos en nuestra lista de nuevos propósitos: el colaborar en la conservación del medio ambiente no tirando basura, el esforzarnos para que nuestro país se mejore, el trabajar por un sociedad más justa, el aprender y practicar vivir sin violencia; pero sobre todo crear el hábito de compartir y dejar de acumular cosas que no necesitamos, porque de ese modo ayudamos a disminuir en algo la pobreza de otros.
Antes de la cena de nochebuena, reservemos un espacio para decir una pequeña oración, en la que los ahí reunidos pidan por el bienestar propio y de los demás, incluyendo conocidos y desconocidos.  
El nacimiento de Jesús, es un momento especial que debemos vivir con toda la fuerza de la fe, porque para los creyentes y hasta algunos no creyentes, es un acontecimiento extraordinario, viene al mundo el Hijo de Dios para llenarnos de su amor, de su perdón y de la reconciliación, un instante en el que con los ojos cerrados invocamos su rostro misericordioso.
Dejemos de lado la frívola comercialización que promueven los mercaderes y gocemos intensamente esta grandiosa oportunidad, oremos, cantemos, bailemos, compartamos lo que tengamos, demos ejemplo de amor a Dios a nuestros hijos y nietos.
Este es el momento justo para renovar nuestra vida espiritual.   
 Antonieta B. de De Hoyos                                12/19/12

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