miércoles, 7 de noviembre de 2018


Es tan fácil ser feliz…
Lo primero que debemos hacer pero que por lo regular no hacemos,  es soltar todo lo que nos cause tristeza, dolor, estrés y sufrimiento. Por supuesto que hay ocasiones en que lograrlo resulta bastante difícil porque significa dejar de controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor, aunque siempre lo hagamos con la sana intención de que nadie sufra o fracase.
Lo malo es que a veces exageramos pensando que es nuestra responsabilidad velar por los demás, se nos olvida que todos hemos aprendido a base de experiencias propias y no de las ajenas. Si no queremos perder pisada, lo más prudente es aconsejar y dejar que cada quien elija lo que a su criterio considere conveniente.
En la actualidad los hijos piensan que saben más que los adultos y los adultos  mayores; basados en su constante contacto con las redes sociales y el internet, que para su mala suerte les ofrecen tanta información al instante, que no les dejan tiempo para distinguir entre lo falso y lo verdadero.
Ahora hasta los pequeñines se sienten autosuficientes y desafían a sus mayores, diciéndoles que están equivocados o fuera de tiempo. La verdad es que ya  casi nadie pide consejo, solo los más inteligentes desean saber lo que pasó con lo que ellos piensan hacer, para después sacar sus propias conclusiones.
¿Qué podemos hacer? En primer lugar no sentirnos ofendidos por la indiferencia y esperar serenamente el ser requeridos y aunque quisiéramos decirlo, es nuestro deber callar la consabida frase “yo sabía que eso sucedería.”
Lo que si desconcierta es que aun haya gente que goce cargando con las responsabilidades de otros;  ya sea en el trabajo, en la casa, en la universidad, en la iglesia, hasta en los lugares de diversión. Lo más triste es que se mortifican día y noche tratando de que otros sean felices mientras en ese afán, no se  dan cuenta que es su propia felicidad la que se les escapa de las manos.      
¡Déjalo ir! ¡Déjalo ser! ¡No interfieras! ¡No te impongas! Sabias palabras que no escuchamos porque ignoramos que con nuestra actitud, dañamos su autoestima al hacerlos sentir inútiles e inmaduros.  
Solo hasta que nuestro organismo resiente lo estresante de cargar con problemas ajenos, aceptamos que violentarnos por no estar de acuerdo, solo acelera nuestro envejecimiento.   
A veces es el orgullo, es la vanidad, es el creernos mejor preparados que todos para enfrentar las dificultades, lo que nos lleva a criticar con dureza lo que otros hacen. Es cierto, la sociedad está sufriendo grandes cambios, necesitamos buscar en ellos lo positivo.
No va a ser fácil, pero es indispensable empezar a practicar la libertad, para que podamos convertirnos en personas tolerantes, pacificas, amables, empáticas, amorosas.  Y lo más importante ¡encantadoramente felices!...
Antonieta B. de De Hoyos                                  nov/8 /18


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