Es tan fácil ser feliz…
Lo primero que debemos
hacer pero que por lo regular no hacemos, es soltar todo lo que nos cause tristeza,
dolor, estrés y sufrimiento. Por supuesto que hay ocasiones en que lograrlo resulta
bastante difícil porque significa dejar de controlar todo lo que sucede a nuestro
alrededor, aunque siempre lo hagamos con la sana intención de que nadie sufra o
fracase.
Lo malo es que a veces
exageramos pensando que es nuestra responsabilidad velar por los demás, se nos
olvida que todos hemos aprendido a base de experiencias propias y no de las ajenas.
Si no queremos perder pisada, lo más prudente es aconsejar y dejar que cada
quien elija lo que a su criterio considere conveniente.
En la actualidad los
hijos piensan que saben más que los adultos y los adultos mayores; basados en su constante contacto con las
redes sociales y el internet, que para su mala suerte les ofrecen tanta
información al instante, que no les dejan tiempo para distinguir entre lo falso
y lo verdadero.
Ahora hasta los
pequeñines se sienten autosuficientes y desafían a sus mayores, diciéndoles que
están equivocados o fuera de tiempo. La verdad es que ya casi nadie pide consejo, solo los más
inteligentes desean saber lo que pasó con lo que ellos piensan hacer, para
después sacar sus propias conclusiones.
¿Qué podemos hacer? En
primer lugar no sentirnos ofendidos por la indiferencia y esperar serenamente
el ser requeridos y aunque quisiéramos decirlo, es nuestro deber callar la
consabida frase “yo sabía que eso sucedería.”
Lo que si desconcierta
es que aun haya gente que goce cargando con las responsabilidades de otros; ya sea en el trabajo, en la casa, en la
universidad, en la iglesia, hasta en los lugares de diversión. Lo más triste es
que se mortifican día y noche tratando de que otros sean felices mientras en ese
afán, no se dan cuenta que es su propia
felicidad la que se les escapa de las manos.
¡Déjalo ir! ¡Déjalo
ser! ¡No interfieras! ¡No te impongas! Sabias palabras que no escuchamos porque
ignoramos que con nuestra actitud, dañamos su autoestima al hacerlos sentir inútiles
e inmaduros.
Solo hasta que nuestro
organismo resiente lo estresante de cargar con problemas ajenos, aceptamos que violentarnos
por no estar de acuerdo, solo acelera nuestro envejecimiento.
A veces es el orgullo, es
la vanidad, es el creernos mejor preparados que todos para enfrentar las
dificultades, lo que nos lleva a criticar con dureza lo que otros hacen. Es
cierto, la sociedad está sufriendo grandes cambios, necesitamos buscar en ellos
lo positivo.
No va a ser fácil, pero
es indispensable empezar a practicar la libertad, para que podamos convertirnos
en personas tolerantes, pacificas, amables, empáticas, amorosas. Y lo más importante ¡encantadoramente felices!...
Antonieta B. de De
Hoyos nov/8 /18
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