martes, 2 de octubre de 2018


El agotamiento emocional.
Este tercer milenio nos trajo una sociedad bastante difícil de controlar, porque a diario por los diferentes medios, recibimos demasiada información y desinformación que satura nuestra mente y nos agota sin darnos cuenta.
De manera inesperada nos enteramos que: una relación de pareja estable se desintegra, que los amados hijos deciden irse del hogar, que el futuro de miles de niñas se trunca frente a un prematuro embarazo, la forma en que las diferentes inclinaciones sexuales tratan de imponerse, los “ninis”, la raquítica economía, la promoción al aborto, el aumento en el uso de drogas, las enfermedades, todo, todo, todo, nos aleja de Dios.
Por eso es que aparentemente sin ningún motivo, una mañana nos sentimos agotados y sin ganas de abrir los ojos. Llegan las temidas noches de insomnio, por tener la cabeza llena de problemas sin resolver.
Después de varios días comienza a incomodar  la pérdida del autocontrol, el mal humor se torna constante, la intolerancia va en aumento. Pronto empezamos a hacer las actividades diarias de forma mecánica, por obligación, ya no hay entusiasmo, ni interés en ellas. Las muestras de afecto se enfrían, ya no sentimos nada por nadie.
Esta excesiva información da lugar a fallas en la memoria, las cosas más simples empiezan a olvidarse, la mente se confunde, lo que antes se hacía con rapidez ahora toma más tiempo.
La culpa es  de la sobrecarga de esfuerzo, no se trata de responsabilidades laborales sino del involucramiento en conflictos emocionales, el organismo se satura, no soporta y se desploma.
Este cansancio mental aunado a una gran fatiga física, acarrea una sensación de pesadez   que impide avanzar, problemática que se presenta cuando hay un gran desbalance entre lo que se da en el servicio a los demás y lo que se  recibe, es realizar tareas ajenas que se deben cumplir a como dé lugar y con enormes sacrificios.  
La persona agotada se olvida de sí misma y para colmo, recibe poco o nada de afecto o consideración. Todos esperan que “rinda” siempre, como si no tuviera vida propia y debiera aguantarse.
Lo recomendable es descansar, obligarnos a encontrar tiempo libre para relajarnos y estar tranquilos, tomar vacaciones cortas, hacer un espacio a lo que más nos guste, pasear, ir al cine, platicar con amigos, tejer, leer, escuchar música, ir a misa, pero sobre todo ¡Descartar por completo la obsesión de perfección o cumplimiento!
Necesitamos aprender a querernos para que los demás nos quieran, retomar ese invaluable espacio de silencio, de paz y meditación, estar a solas, respirar, reconectarnos con lo que somos y lo que deseamos, de lo contrario tarde o temprano la vida nos pasará la factura y quizás sea demasiado cara.
Antonieta B. de De Hoyos                  10/3/18                           

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