La bendición de una sonrisa. Por Antonieta B. de De Hoyos 1/ 13/ 18
Durante los meses de
noviembre y diciembre, me dediqué a tejer bufandas para toda la familia y
algunas amistades muy queridas. Por supuesto que no quedaron perfectas, lo que permite notar la diferencia
entre las artesanales (hechas a mano), y las fabricadas en grandes maquinarias,
que se venden por mayoreo a bajos precios en los comercios.
Fueron más de veinte, entre
tejidas y destejidas se me fueron los días, pero siempre pensando en lo
calientitas y bonitas que se verían en los cuellos de las personas que amo.
Tejía día y noche. Recuerdo las veces que tuve que destejer al encontrar una puntada equivocada
y lo más triste, tener que enrollar de nueva cuenta el estambre para
recomenzar.
Por mantenerme siempre
ocupada, no tuve tiempo para salir a comprar lo innecesario, fueron escasas tres ocasiones y solo para conseguir lo
referente a la cena de Nochebuena y de fin de año. Me di cuenta de que no
necesitaba nada, los adornos de la casa los fui sacando del armario y los
coloqué nuevamente en el lugar acostumbrado, lo más bello fue mi portal de
Belén, el que quedó hermosamente iluminado con luces transparentes; las
bufandas las envolví en papel navideño, y las adorné con lazos de estambre.
Imposible evitar
entristecerme por lo que acontecía en la ciudad, hubo pérdidas de seres queridos y eso me inquietaba; oré, como nunca
para que mi familia pudiera estar reunida, pero también para que Dios los
protegiera en el regreso a casa. Las dos cenas fueron sencillas, no hubo lujo
ni dispendio, fuimos felices, mi esposo agradeció a Dios el que hubiéramos
permanecido unidos durante todo el año que termina y pidió, porque eso mismo
ocurriera en el que estrenamos.
Pero lo que más alegró mi
navidad, fue el haber tenido la oportunidad de ayudar con pequeños donativos a
diferentes personas, para que vivieran un poquito mejor las fiestas. Jamás
olvidaré esa sonrisa llena de bendiciones, ni la inmensa alegría que sentí
dentro de mí, al hacerlo.
¡Listos para emprender el
vuelo; para proteger el nido de nuestros hijos; para comprender y amar a la
pareja; para distinguir lo bueno de lo malo y tomar decisiones acertadas!
Ojalá, que el más importante
de los propósitos sea: restaurar nuestra vida espiritual, retomar y fortalecer
los valores y las virtudes que descartamos. Urge convencer con el ejemplo a los
menores, especialmente a las hijas. Nos sorprende que los divorcios vayan en
aumento y, ¿ya saben por qué? Pues por descuidar en el hogar, la educación en
las virtudes que nos acercan a Dios y a la vida buena.
Quién vive el amor, el
agradecimiento, sirve a sus semejantes, practica la bondad, es paciente,
tolerante y perdona; no olvida su responsabilidad al contraer un compromiso.
Este año comprometámonos con Dios y esforcémonos por no fallarle.
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