Hoy hablaré de mis
padres.
Por Antonieta B. de De
Hoyos mayo
13/17
Mis hermanos y yo
tuvimos la buena estrella de nacer bajo la tutela de un matrimonio de
profesores normalistas, aunque mi padre haya ejercido tan solo unos cuantos
años, antes de entregarse por completo a sus negocios en la Agencia Aduanal de
su propiedad.
Mamá en cambio, laboró en la ciudad de Saltillo durante su
soltería, pero al casarse decidió dedicarse por entero a las tareas del hogar.
Fueron muchos años después, cuando yo ya era una adolescente, que se reintegró
a la docencia.
Por esas prisas de la
vida, no valoré lo suficiente sus amplios conocimientos, tanto en las normas de
urbanidad como en la cultura general, lo que si sabía, es que todo lo que no
alcanzaba a comprender, ellos de inmediato disipaban mi duda.
Recuerdo que papá
platicaba que habían sido entre dos y tres años los que dedicó al magisterio,
pero que ese tiempo le bastó para guiar en la formalidad a sus alumnos. Mamá se desempeñó poco más de quince, hasta
que se retiró con media jubilación.
Cuando regresé con mi
título de educadora, fue cuando me di cuenta de lo que amaba su profesión, para
ella no fue un empleo común, era su misión de vida. Los sábados recibía en el
portal de la casa, al alumno que necesitara ponerse al corriente en sus
materias, especialmente en aritmética y gramática; entre semana durante las
horas de recreo o un poquito después de la salida, no faltaba algún alumno que
le solicitara ayuda a lo que ella correspondía con gran esmero.
Por los amables comentarios
de agradecidos padres de familia, comprobé su auténtico profesionalismo y aún ahora, cuando sus discípulos
son ya abuelos, la mayoría la recuerdan con especial cariño, lo que me lleva a
considerar que enseñar al que no sabe, es el más bello de los apostolados.
Fueron pocas las veces
que mamá tuvo que aceptar que alguno de sus alumnos reprobara, y creo que en
esas esporádicas ocasiones su corazón se llenó de tristeza.
Me siento muy
orgullosa de mis padres como profesores y como seres humanos, los dos poseían
una educación de calidad, por eso en nuestro diario vivir nos trasmitieron el
sentido de la responsabilidad, la puntualidad, la veracidad, la honradez a
carta cabal, pero sobre todo el deseo de vivir y servir
a nuestros semejantes.
Es muy importante la
preparación profesional, pero mucho más importante es la formación en valores
que se reciba en su casa, muchos años antes de la
graduación.
Sin llegar al fanatismo nos hicieron ver la presencia divina, nos
enseñaron a caminar evitando lastimar, y en lo posible ofrecer ayuda.
El desaliento hace que
la gente generalice, en cuanto al comportamiento de los profesores (as) y no
debe ser así, sabemos que en “la viña del Señor hay de todo”, por
eso, como padres de familia tenemos que apoyarlos, reconocer su entrega, y si
fuere necesario, pues ni modo, también amonestarlos. ¡Felicidades profesores!
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