miércoles, 10 de mayo de 2017

Hoy hablaré de mis padres.
Por Antonieta B. de De Hoyos                             mayo 13/17
Mis hermanos y yo tuvimos la buena estrella de nacer bajo la tutela de un matrimonio de profesores normalistas, aunque mi padre haya ejercido tan solo unos cuantos años, antes de entregarse por completo a sus negocios en la Agencia Aduanal de su propiedad. 
Mamá en cambio, laboró en la ciudad de Saltillo durante su soltería, pero al casarse decidió dedicarse por entero a las tareas del hogar. Fueron muchos años después, cuando yo ya era una adolescente, que se reintegró a la docencia.
Por esas prisas de la vida, no valoré lo suficiente sus amplios conocimientos, tanto en las normas de urbanidad como en la cultura general, lo que si sabía, es que todo lo que no alcanzaba a comprender, ellos de inmediato disipaban mi duda.
Recuerdo que papá platicaba que habían sido entre dos y tres años los que dedicó al magisterio, pero que ese tiempo le bastó para guiar en la formalidad a sus alumnos.  Mamá se desempeñó poco más de quince, hasta que se retiró con media jubilación.
Cuando regresé con mi título de educadora, fue cuando me di cuenta de lo que amaba su profesión, para ella no fue un empleo común, era su misión de vida. Los sábados recibía en el portal de la casa, al alumno que necesitara ponerse al corriente en sus materias, especialmente en aritmética y gramática; entre semana durante las horas de recreo o un poquito después de la salida, no faltaba algún alumno que le solicitara ayuda a lo que ella correspondía con gran esmero.
Por los amables comentarios de agradecidos padres de familia, comprobé su auténtico  profesionalismo y aún ahora, cuando sus discípulos son ya abuelos, la mayoría la recuerdan  con especial cariño, lo que me lleva a considerar que enseñar al que no sabe, es el más bello de los apostolados.
Fueron pocas las veces que mamá tuvo que aceptar que alguno de sus alumnos reprobara, y creo que en esas esporádicas ocasiones su corazón se llenó de tristeza. 
Me siento muy orgullosa de mis padres como profesores y como seres humanos, los dos poseían una educación de calidad, por eso en nuestro diario vivir nos trasmitieron el sentido de la responsabilidad, la puntualidad, la veracidad, la honradez a carta cabal, pero sobre todo el deseo de vivir y  servir a nuestros semejantes.
Es muy importante la preparación profesional, pero mucho más importante es la formación en valores que se reciba en su casa, muchos años antes de la graduación. 
Sin llegar al fanatismo nos hicieron ver la presencia divina, nos enseñaron a caminar evitando lastimar, y en lo posible ofrecer ayuda.

El desaliento hace que la gente generalice, en cuanto al comportamiento de los profesores (as) y no debe ser así, sabemos que en “la viña del Señor hay de todo”, por eso, como padres de familia tenemos que apoyarlos, reconocer su entrega, y si fuere necesario, pues ni modo, también amonestarlos. ¡Felicidades profesores!

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