jueves, 23 de marzo de 2017

¡Dios me dio más de lo que podía manejar!
Por Antonieta B. de De Hoyos                                  3/25/17.

A veces nuestra fe en Dios es tan grande, que llegamos a creer que todo lo que pasa en nuestra vida lo permite Él, por eso nos confiamos a que nunca serán penosas y que de presentarse las superaremos con facilidad.
Pero eso no es así, a veces sí nos da cosas que resultan imposibles de manejar, por eso es incorrecto pensar que jamás recibiremos o nosotros mismos con nuestra imprudencia, no provocaremos algo imposible de solucionar.
¿Quién no ha sufrido la pérdida irreparable de un ser querido, una crisis económica, un accidente, incendios, inundaciones, robos, asaltos, desempleo, enfermedad? La verdad es que durante toda nuestra existencia la adversidad está al acecho y, es ahí cuando en nuestra desesperación, sentimos que Dios nos está dando más de lo que podemos resistir.
Cuando las contrariedades nos abruman nuestra espiritualidad se pone a prueba, pero  aunque sea mucho el dolor que sentimos, jamás debemos pensar que Dios está jugando con nosotros, Él nos está enviando tan solo advertencias.
Lo malo es que en esos momentos de dificultad, no sabemos qué hacer y buscamos desesperados una ayuda terrenal que fortalezca, y haga sentir que tenemos todo bajo  control. Soberbia actitud que en la mayoría de los casos nos impide ver con  claridad lo que debemos hacer y lo que Dios quiere que hagamos.
No se trata de enfrentar solos estas pruebas, sino de apoyarnos en Él y reconocer que es el único camino para salir adelante. 
Llegará ese día en que de repente las condiciones se tornen duras, nos quedemos sin aliento, confusos y en total oscuridad.
Para entonces, la clave de la paz en nuestras horas de angustia es rendirse ante Dios, es entregarse por completo, es esperar un milagro, es pronunciar con infinito amor: ¡Señor confío en ti!
Cuando Dios permite una situación así, ya tiene una solución y aunque muchos lo duden, cada instante de nuestra vida forma parte de un plan divino. 
Dios está presente hasta en la ausencia de todo. Apóyate en Él. Búscalo. Confía en su voluntad.
No caminemos solos, pidámosle que nos acompañe, Él está listo para aliviar nuestra carga tan pronto como decidamos entregársela. 
Confía en Dios de todo corazón y no cometas el error de apoyarte en esos difíciles momentos, en tu peculiar inteligencia.

Aprovechemos esta cuaresma para fortalecer nuestro espíritu, porque sólo confiando en Él, podremos superar cualquier experiencia por más terrible que nos parezca.

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