Instruir es la clave
Antonieta B. de De Hoyos. Agosto 20/16
Todos los días nos enteramos de las atrocidades que las personas están
cometiendo alrededor del mundo, conductas inaceptables a cualquier edad y en
cualquier época. Basta encender unos minutos el televisor, el internet y sus
redes sociales, para quedarnos asombrados de lo que alguien hace, sin ningún
remordimiento ni recato.
Se ha perdido la brújula, nadie encuentra el sentido a su vida, hoy se
vive para sí mismo, el egoísmo está en la cúspide, primero yo y después yo, lo
valores que antes se inculcaban poco a poco han ido desapareciendo en las
mayorías.
En este descuido paterno, el derroche y la sensualidad son
prioritarios, niños y adolescentes conviven en ambientes difíciles, en los que
el auténtico amor no se conoce, crecen escuchando frases como: “te quiero, te necesito, me
haces falta”, en pocas palabras es un “mientras me sirvas”, y con ese frío
concepto del amor llegan a la madurez y a la tercera edad.
Es triste reconocerlo, pero las nuevas generaciones no están siendo
instruidas en el manejo correcto de sus emociones, por eso hieren con
premeditación y sin clemencia, a la vez
que son heridos de la misma manera; experiencias dolorosas que les amargan la
vida, llegando incluso a conducirlos a una trágica y prematura muerte.
Ahora, se toma como natural unirse en pareja por unas horas los fines
de semana, a lo mejor por unos años pero nada más, porque les enseñaron que la
felicidad está en lo que se recibe, no en lo mucho que se debe dar para lograr
que el amor fructifique.
En estos momentos estoy escuchando un programa especial en la radio,
es un espacio en el que las mujeres expresan su amor y desamor, todas describen
momentos de pasión, pero ninguna habla del gozo que se vive sirviendo al ser
amado, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad.
La mente del ser humano está confusa, los medios de comunicación
carentes de ética profesional, difunden escenas de violencia sexual que nadie
debería ver, mensajes que despiertan los instintos a edades muy tempranas y a
los adultos los incitan.
Nadie escapa a tanta provocación, hasta los muy adultos buscan
ansiosos la pastilla mágica, para ejercer lo que ya no es indispensable. Los
sentimientos andan a la deriva, los hijos crecen, obedeciendo a lo que
desconocidos ordenan y piensan que el amor se limita a practicar el sexo.
“Instruye al niño en el camino que debe andar,
y aun cuando fuere viejo, no se apartará
de él”, este
sabio versículo bíblico nos obliga a reflexionar: ¿cómo instruyo a mis hijos en
el camino del bien? ¿Es mi voz la que escuchan y es mi ejemplo el que siguen?
Lo cierto es que solo poniendo nuestra confianza en Dios y en sus preceptos,
podremos salir victoriosos como padres en esta innovadora y anárquica sociedad.
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