domingo, 26 de junio de 2016

1954, 28 de junio.
Por Antonieta B. de De Hoyos                                      junio 26/16

Acababa de cumplir ocho años el día trece, y para celebrarlo mis padres me regalaron un hermoso piano vertical con arpa de acero, aunque tenía pocos meses de asistir a clases con la señorita profesora Odila Velazco y Cota, mis sueños ya eran convertirme en una concertista de fama mundial.

Pero el destino nos tenía preparada una desagradable sorpresa, el Cónsul en Eagle Pass, buen amigo de mi padre, le informó con mucha anticipación, que el Rio Bravo recibiría en pocas horas, una enorme cantidad de agua que probablemente inundara a las dos ciudades, la presa de la Amistad en Ciudad Acuña aún no se construía.
Papá hizo caso omiso, se confió a que nuestra casa estaba en la calle Zaragoza zona centro, era de dos pisos y según sus cálculos ahí subiría si acaso al nivel de la banqueta, por si o por no, nos fuimos todos a pasar el día con unos amigos que vivían en la parte alta de la ciudad rumbo a la carretera 57.

Grande fue su sorpresa cuando le informaron de la altura que estaba alcanzando el nivel del agua en las calles principales del centro, lentamente como enormes tentáculos el agua iba penetrando en las casas de las colonias: Roma, González, Nísperos, solo se detuvo al llegar a las lomas donde pasaba un acequia, de inmediato nos enviaron a los cuatro hermanos a Nueva Rosita con unos tíos.

Mi padre, mi madre y mi nana auxiliados por unos trabajadores, realizaron la limpieza, nosotros volvimos casi dos meses después, cuando ya todo estaba en calma. Recordaban lo acontecido el olor a humedad, la escasez de muebles y la ausencia de mi piano.

Don Eduardo era un hombre muy trabajador y altruista, por eso a la vez que reconstruía su hogar, se comprometió con su amigo personal, el entonces gobernador de Coahuila, Don Román Cepeda Flores, a construir pequeñas viviendas para los damnificados.

A la colonia se le llamó “28 de Junio”, aún conservo las fotografías que tomaron cuando colocaban el drenaje, la red de agua potable, levantaban paredes y techos. No descansó hasta verla terminada y entregada a sus nuevos moradores. No faltó quien le dijera que con sus influencias políticas podría tomar varias casitas para su propiedad, a lo que él contestó enfático que no.

Han pasado 62 años de aquel trágico suceso, que fue difundido a nivel nacional en  revistas y medios de comunicación, afirmando que Piedras Negras había muerto, pero no fue  así, la gente se puso de pie y sin importar el nivel socio económico, unidos y sobreponiéndose a la tristeza, se reconstruyó lo destruido.

Esta labor que mi padre realizó en beneficio de los necesitados, se quedó grabada en el corazón de sus hijos, ejemplo de generosidad que a través de los años hemos intentado seguir.  

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