miércoles, 27 de enero de 2016

“El Gran Reformador”.   
Durante la navidad recibí como regalo el libro “El Gran Reformador” -Francisco, retrato de un Papa radical- escrito por Austen Ivereigh, británico, escritor, periodista y comentarista de asuntos religiosos y políticos; además autor de varios libros.
Consta de seiscientas páginas y algunas fotografías que hoy circulan por internet. Desafortunadamente, los quehaceres de la casa, mis horas de trabajo frente a la  computadora y los imprevistos, me han impedido leerlo cada noche como me hubiera gustado, de todas maneras lo que llevo leído me ha resultado interesante y ameno.
A través del tiempo y de diferentes lecturas he podido conocer el estilo de vida de los sacerdotes Jesuitas, principalmente su altruismo hacia los más pobres del planeta sin importar lo lejos que se encuentren. Su labor es tan humanitaria y valiosa, como fue la de la Madre Teresa de Calcuta, obra filantrópica que continúan realizando las Hermanas de la Caridad.
Mi admiración por el Papa Francisco crece en cada párrafo que leo: su personalidad, su inteligencia, su enorme capacidad de amar sin distinción, sobre todo su congruencia entre lo que dice y hace. Me encanta que el autor no escatime espacio para narrar, con lujo de detalles los acontecimientos relevantes desde su nacimiento, hasta la fecha de la edición.  
Como olvidar el alboroto mundial que provocó la humildad con la que recibió su nombramiento en el Vaticano, y la forma como nos sigue impresionando la mesura con la que se conduce.  
Anoche mientras leía este libro, recordé que hace quince años o un poco más, tuve la oportunidad de servir como guía a un sacerdote Jesuita, que investigaba la trayectoria  de la Madre Concepción (Conchita) Cabrera de Armida. Apoyé su trabajo a pesar de que en esos días, yo sufría un leve pero muy molesto quebranto en mi salud, que tardaría varias semanas en sanar, situación que me reservé. Lo realmente excepcional fue, que al despedirnos impuso sus manos sobre mi cabeza y me dio una enternecedora bendición, rogó a Dios que sacara de mi alma y de mi cuerpo toda impureza. Al día siguiente acudí a la clínica, el medico se desconcertó al verme bastante recuperada.    
San Ignacio de Loyola fundó la Compañía de Jesús y formuló los bellísimos Ejercicios Espirituales que aún se emplean en los retiros; su intensa vida espiritual, su acostumbrada sobriedad y su total entrega al servicio de los desamparados, los define.    
En su visita a México, muchas personas acudirán a ver al Papa Francisco  aunque sea de lejos, otros nos quedaremos. Pero no importa, porque la mayoría sabemos que con un pequeño esfuerzo que realicemos, podemos detener nuestro agitado andar para escuchar con atención sus mensajes y así, a pesar de la distancia sentir nuestra alma reconfortada.    

 Antonieta B. de De Hoyos                                      1/ 30/16

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