La muerte debe ser dichosa.
Por Antonieta B. de De
Hoyos Enero
16/06
La verdad es que durante mis
años de juventud y madurez, nunca tuve tiempo de pensar en la muerte, fue hasta
que empecé a sufrir la ausencia de las personas que más quería; mi abuela, mi
padre, mi nana y mi madre, cuando reflexioné en ella. Dios en su misericordia
los bendijo con una muerte serena, derivada de un quebranto en su salud, o por
su edad avanzada.
Es lamentable, pero desde que
inició la cruenta lucha contra el narcotráfico en el país, nos hemos visto obligados como sociedad, a
presenciar hechos jamás imaginados, escenas dantescas, que los medios de
comunicación sin escrúpulos se encargan de difundir en sus noticieros de radio
y televisión, y en las primeras planas de la prensa escrita o, por internet en
las redes sociales.
Las enfermedades terminales
para nuestro infortunio se han incrementado, es así que sin esperarlo sabemos del deceso de un
familiar o conocido en su madurez. Los accidentes carreteros donde las personas
pierden la vida proliferan y las parejas riñen hasta matarse. Ya sé que nada es
nuevo bajo el sol, que todo se repite, lo malo está en el descontrol emocional
que nos ocasiona tan repentina y exagerada información.
La vejez es bella, apacible,
piadosa, pero nos hace sensibles, acrecienta la empatía, el ponerse en los
zapatos del otro se vuelve costumbre, por eso cuando sucede alguna tragedia sin
importar si es cerca o lejos, nuestro corazón se acongoja y de inmediato
elevemos una oración.
Mientras meditaba en esto,
me acordé de mi querida suegra, de
aquellos años en los que vivió al lado de nuestra casa, guardo muy bonitos
recuerdos de ella pero en especial su
devoción por el rezo del santo rosario. Todas las tardes antes del anochecer,
se sentaba en su sala junto a la ventana y repetía con fervor sus oraciones,
cuando el tiempo estaba en calma podía
escucharla con claridad.
A mí me reconfortaba la
pasión con la que finalizaba sus oraciones:“Emperatriz poderosa de los mortales
consuelo, ábrenos virgen el cielo con una muerte dichosa”. Mucho antes
de que falleciera, yo ya imitaba sus rezos y puedo asegurar que desde entonces,
he disfrutado el gozo de estar en paz con Dios y con la vida.
Si antaño morir atemorizaba,
en la actualidad, rodeados de tanta gente armada sin control y con diferentes
temperamentos -militares, delincuentes y civiles- ese temor se convierte en
pesadilla. Para colmo cada semana aparece una nueva enfermedad, ya nadie está
sano, nuestra salud depende de los fármacos y de lo que se comercializa.
Alrededor del mundo y aquí
mismo, han aumentado las víctimas del delito, la muerte acecha a gente inocente
sin distinción de sexo ni edades. Por eso valoro mucho más aquellas sus
sentidas peticiones y cada anochecer en mis rezos, imploro también por una
muerte dichosa, como la que Dios y la Virgen le concedieron a ella.
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