jueves, 14 de enero de 2016

La muerte debe ser dichosa.
Por Antonieta B. de De Hoyos                             Enero 16/06
La verdad es que durante mis años de juventud y madurez, nunca tuve tiempo de pensar en la muerte, fue hasta que empecé a sufrir la ausencia de las personas que más quería; mi abuela, mi padre, mi nana y mi madre, cuando reflexioné en ella. Dios en su misericordia los bendijo con una muerte serena, derivada de un quebranto en su salud, o por su edad  avanzada.
Es lamentable, pero desde que inició la cruenta lucha contra el narcotráfico en el país,  nos hemos visto obligados como sociedad, a presenciar hechos jamás imaginados, escenas dantescas, que los medios de comunicación sin escrúpulos se encargan de difundir en sus noticieros de radio y televisión, y en las primeras planas de la prensa escrita o, por internet en las redes sociales.
Las enfermedades terminales para nuestro infortunio se han incrementado, es así que  sin esperarlo sabemos del deceso de un familiar o conocido en su madurez. Los accidentes carreteros donde las personas pierden la vida proliferan y las parejas riñen hasta matarse. Ya sé que nada es nuevo bajo el sol, que todo se repite, lo malo está en el descontrol emocional que nos ocasiona tan repentina y exagerada información. 
La vejez es bella, apacible, piadosa, pero nos hace sensibles, acrecienta la empatía, el ponerse en los zapatos del otro se vuelve costumbre, por eso cuando sucede alguna tragedia sin importar si es cerca o lejos, nuestro corazón se acongoja y de inmediato elevemos una oración.
Mientras meditaba en esto, me  acordé de mi querida suegra, de aquellos años en los que vivió al lado de nuestra casa, guardo muy bonitos recuerdos de ella pero en especial  su devoción por el rezo del santo rosario. Todas las tardes antes del anochecer, se sentaba en su sala junto a la ventana y repetía con fervor sus oraciones, cuando el tiempo estaba en calma podía  escucharla con claridad.
A mí me reconfortaba la pasión con la que finalizaba sus oraciones:“Emperatriz poderosa de los mortales consuelo, ábrenos virgen el cielo con una muerte dichosa”. Mucho antes de que falleciera, yo ya imitaba sus rezos y puedo asegurar que desde entonces, he disfrutado el gozo de estar en paz con Dios y con la vida.
Si antaño morir atemorizaba, en la actualidad, rodeados de tanta gente armada sin control y con diferentes temperamentos -militares, delincuentes y civiles- ese temor se convierte en pesadilla. Para colmo cada semana aparece una nueva enfermedad, ya nadie está sano, nuestra salud depende de los fármacos y de lo que se comercializa.

Alrededor del mundo y aquí mismo, han aumentado las víctimas del delito, la muerte acecha a gente inocente sin distinción de sexo ni edades. Por eso valoro mucho más aquellas sus sentidas peticiones y cada anochecer en mis rezos, imploro también por una muerte dichosa, como la que Dios y la Virgen le concedieron a ella.

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