miércoles, 29 de octubre de 2014


Mi fe se ha consolidado. 

Aunque no fui educada en una espiritualidad que llegara al fanatismo, si  escuché con bastante frecuencia jaculatorias como: ¡Dios mío, Bendícenos Señor, Dios te acompañe, Cristo protégenos! etc.

Entre mis recuerdos guardo la gran devoción que mi nana Elena profesaba a la Virgen de Guadalupe, decía que era muy milagrosa, por eso entre sus cosas conservaba varias tarjetitas con su imagen. Antes de acostarse oraba y los domingos iba muy temprano a misa, a la parroquia,  que hoy es Santuario Guadalupano.

Esto vino a mi memoria, porque durante varias semanas viví en la incertidumbre que origina esa vorágine laboral empresarial moderna, que como un lobo feroz nos está robando a nuestros hijos.

Sucesos en los que, como padres quedamos al margen y nos convertimos en simples espectadores, con la desventaja que sufrimos igual o lo doble que los protagonistas. En su juventud nos esmeramos en darles la mejor preparación académica: maestrías, doctorados, etc. con la ilusión de que se coloquen en empresas de prestigio y perciban excelentes salarios, pero con lo que no contábamos era con la globalización de estas compañías trasnacionales, que entre sus requisitos exigen la movilización de personal a cualquier parte del mundo.

Desesperada ante la inminente separación, volví los ojos al cielo y pedí con gran fervor la iluminación para aquellos que tienen el poder de decidir, pero también para mí, para aceptar sin objeción los cambios que estaban a punto de presentarse. 

En esos días recordé todas las oraciones y cristianos consejos que los amigos de Facebook comparten, pensamientos que al leerlos enternecen, reaniman, reconfortan y después pareciera que se olvidan, pero no es así, porque es en estos momentos críticos cuando surgen y dan la serenidad necesaria para aceptar sin titubeos lo que venga.

Probablemente sea mi estado anímico, pero el pensar que veré a mis  hijos y nietos una o dos veces  al año por escasos días, no me augura felicidad. Encendí mi cirio bendito y mientras oraba se mezcló en mis tribulaciones la imagen de la Santísima Virgen María, la verdad  es que nunca la había invocado conscientemente, si en el rutinario rezo del rosario o durante las ceremonias religiosas, pero esta vez sin darme cuenta me vi hablando con ella, pidiéndole que como madre intercediera, deseaba lo mejor para mis hijos pero la ausencia probablemente no la soportaría. 

Pasaron los días,  continué en la oración  pero de manera distinta, acepté resignada lo que Dios hubiera dispuesto para mi vejez. De repente una llamada, la compañía había reconsiderado se quedaba en el mismo puesto y con mejor salario. Mi corazón se llenó de gozo, al día siguiente fui a misa para agradecer a Dios tan maravillosa bendición y a  nuestra amada Madre su intercesión.

Por Antonieta B. de De Hoyos                                     octubre 25/14.

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