El autoengaño femenino.
Estamos en pleno tercer
milenio, una era en la que el hombre y
la mujer han superado retos en todos los
aspectos de su vida: en lo económico, en
lo social, en lo laboral, en lo religioso y hasta en lo emocional. Podríamos afirmar
que la más favorecida con estos cambios
ha sido la mujer, cuando menos en apariencia, porque ahora puede decidir
casarse o no y de todos modos, disfrutar de relaciones sexuales y tener hijos
si lo desea. Puede adquirir títulos universitarios que le sirven para
desempeñarse con éxito en los altos mandos políticos y empresariales. Y aunque
da la razón a lo establecido en la doctrina cristiana no teme transgredirla
porque se sabe débil en su humanidad, razón poderosa que le lleva a tomar como
estandarte la misericordia divina.
Ante este panorama saturado
de triunfos nadie dudaría de su inmensa felicidad, su inusitado estilo de vida
es algo que jamás imaginaron su madre y abuelas. Es dueña de su cuerpo, de sus
sentimientos, de sus decisiones, nada la detiene si se trata de ser feliz, el
remordimiento de conciencia ya no existe. Se casa, se divorcia, se vuelve a
casar o se “arrejunta”, mezcla hijos, ama, odia, acepta o rechaza de acuerdo a
su criterios; su bienestar se cifra en la economía, la diversión y la libertad.
No sé porqué pero me acordé de aquel pasaje bíblico, cuando Jesús
iba sangrante y dolido cargando la pesada cruz. Las mujeres se golpeaban el
pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
“hijas de Jerusalén, no lloren por mí,
lloren por ustedes y por sus hijos”. El percibe su sentimiento de piedad, pero
quiere que en ellas además de conmiseración haya una conversión del corazón,
que reconozcan sus errores, pidan perdón y reinicien una nueva vida.
La mujer actual goza sus años
jóvenes, pero no visualiza el futuro, no se fija lo que siembra ni lo que cosechará.
¡Fuera responsabilidades! Nacen los hijos y se desprenden de ellos bajo
cualquier pretexto, el hombre ya no sabe cómo satisfacerla. Las bodas civiles y
religiosas son una farsa “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre” está en el
olvido. Millones de mujeres alrededor
del mundo lloran desconsoladas la desaparición o muerte prematura de sus hijos víctimas
de maleantes; unos en la prostitución y drogas, otros en la corrupción, pero
todos inducidos por la ignorancia y el desamor.
Jesús les dijo: “no lloren
por mí, sino por su apatía hacia la conservación de la familia, por su
indiferencia religiosa, por el abandono
moral y físico al que condenan a sus hijos. Lloren por la ausencia de cariño y
fidelidad en la pareja, por su dejadez como mujer, por el abuso y violencia a
la que se someten, por la pérdida de su dignidad, por sus faltas de amor y de
misericordia, por no ser solidaria, por las acciones que realiza impropias de
una hija de Dios.
El autoengaño femenino radica
en no querer reconocer que a pesar de tantos privilegios, en este momento
muchísimas mujeres sufren de soledad y lloran amargamente, como nunca antes lo
hicieron sus madres y abuelas.
Antonieta B. de De Hoyos octubre 11/14.
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