miércoles, 29 de octubre de 2014


El autoengaño femenino.

Estamos en pleno tercer milenio, una era  en la que el hombre y la mujer han superado  retos en todos los aspectos de su vida: en lo  económico, en lo social, en lo laboral, en lo religioso y hasta en lo emocional. Podríamos afirmar que la más  favorecida con estos cambios ha sido la mujer, cuando menos en apariencia, porque ahora puede decidir casarse o no y de todos modos, disfrutar de relaciones sexuales y tener hijos si lo desea. Puede adquirir títulos universitarios que le sirven para desempeñarse con éxito en los altos mandos políticos y empresariales. Y aunque da la razón a lo establecido en la doctrina cristiana no teme transgredirla porque se sabe débil en su humanidad, razón poderosa que le lleva a tomar como estandarte la misericordia divina.

Ante este panorama saturado de triunfos nadie dudaría de su inmensa felicidad, su inusitado estilo de vida es algo que jamás imaginaron su madre y abuelas. Es dueña de su cuerpo, de sus sentimientos, de sus decisiones, nada la detiene si se trata de ser feliz, el remordimiento de conciencia ya no existe. Se casa, se divorcia, se vuelve a casar o se “arrejunta”, mezcla hijos, ama, odia, acepta o rechaza de acuerdo a su criterios; su bienestar se cifra en la economía, la diversión y la libertad.

No sé porqué pero me  acordé de aquel pasaje bíblico, cuando Jesús iba sangrante y dolido cargando la pesada cruz. Las mujeres se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: “hijas de Jerusalén, no lloren  por mí, lloren por ustedes y por sus hijos”. El percibe su sentimiento de piedad, pero quiere que en ellas además de conmiseración haya una conversión del corazón, que reconozcan sus errores, pidan perdón y reinicien una nueva vida.

La mujer actual goza sus años jóvenes, pero no visualiza el futuro, no se fija lo que siembra ni lo que cosechará. ¡Fuera responsabilidades! Nacen los hijos y se desprenden de ellos bajo cualquier pretexto, el hombre ya no sabe cómo satisfacerla. Las bodas civiles y religiosas son una farsa “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre” está en el olvido.  Millones de mujeres alrededor del mundo lloran desconsoladas la desaparición o muerte prematura de sus hijos víctimas de maleantes; unos en la prostitución y drogas, otros en la corrupción, pero todos inducidos por la ignorancia y el desamor.

Jesús les dijo: “no lloren por mí, sino por su apatía hacia la conservación de la familia, por su indiferencia  religiosa, por el abandono moral y físico al que condenan a sus hijos. Lloren por la ausencia de cariño y fidelidad en la pareja, por su dejadez como mujer, por el abuso y violencia a la que se someten, por la pérdida de su dignidad, por sus faltas de amor y de misericordia, por no ser solidaria, por las acciones que realiza impropias de una hija de Dios.

El autoengaño femenino radica en no querer reconocer que a pesar de tantos privilegios, en este momento muchísimas mujeres sufren de soledad y lloran amargamente, como nunca antes lo hicieron sus madres y abuelas.  

Antonieta B. de De Hoyos                      octubre 11/14.

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