La Gran
Victoria.
Cuando se celebran
aniversarios de bodas de más de cuarenta años de unión, pienso que los
protagonistas de este magno evento no son personas comunes, creo que tienen
algo especial, podríamos decir “estirpe de titanes”, “sangre de héroes”.
Conquistar al futuro conyugue
puede resultar sencillo, casi como un juego, ya que se tienen muchas ventajas
al iniciar el matrimonio: juventud, belleza, curiosidad, novedad. Todo esto,
aunado al flechazo de Cupido, hace que este día todo sea color de rosa y que la
emoción del momento solo permita que apreciemos las cosas lindas.
A partir de entonces surge un
cambio. La emoción y la novedad van disminuyendo, la curiosidad se ve saciada,
la rutina comienza a cansar, la familia empieza a formarse y lo que antaño era
alegría se vuelve obligación. Alternadamente visitan el hogar los problemas y
las alegrías, pero ahí sigue escondida la chispa del amor. Vienen los años
duros y fríos, se presentan situaciones indescifrables que ponen a prueba la
fortaleza de ese sentimiento. Aparecen otros, en que hay tanta felicidad que no
se puede creer, se siente uno en medio de un sueño: la graduación de los hijos,
la prosperidad en el hogar, la llegada de los nietos…
Todo lo bueno o malo que
ocurre en el matrimonio son las pruebas que Dios envía para templar el carácter
de los esposos, eslabones de amor con los que va rodeándolos para que no se
separen jamás. Algunos no tienen el valor suficiente para sortear la adversidad
y abandonan la lucha a mitad del camino, de esos hay millones y se les llama
desertores. Solo unos cuantos llegan a la meta, los que tienen clase, los que
se crecen al castigo, los que ven en cada sufrimiento o contrariedad una
oportunidad para demostrarse a si mismos lo que valen.
El matrimonio es un cofre que
contiene el tesoro más valioso del mundo y Dios lo deposita en las manos de los
desposados; ellos tendrán que ayudarse durante toda la vida para no dejarlo
caer o abandonarlo a la orilla del sendero. Si uno está a punto de resbalar, el otro con amor debe sostenerlo.
Pudiera ser que el fastidio o el cansancio llegaran a provocarlos para desistir
de su misión, pero basta con elevar la vista al cielo y pedir ayuda al creador,
para sentirse reconfortados.
Mi admiración y respeto a los
matrimonios que encanecen juntos, que han sabido afrontar las miles de pruebas
que les puso la vida, y si aunado a esto continúa encendida la llama del amor
en sus pupilas, y sus manos se buscan para entrelazarse y sentir la tibieza de
su piel como hace tantos años, no cabe duda que ustedes han sido elegidos por
Dios y han tenido su bendición desde aquel día.
Con afecto para mi querida amiga
Beatriz y su esposo José Chávez.
Antonieta B. de De
Hoyos. Enero
18/14
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