sábado, 18 de enero de 2014


La Gran Victoria.

Cuando se celebran aniversarios de bodas de más de cuarenta años de unión, pienso que los protagonistas de este magno evento no son personas comunes, creo que tienen algo especial, podríamos decir “estirpe de titanes”, “sangre de héroes”.

Conquistar al futuro conyugue puede resultar sencillo, casi como un juego, ya que se tienen muchas ventajas al iniciar el matrimonio: juventud, belleza, curiosidad, novedad. Todo esto, aunado al flechazo de Cupido, hace que este día todo sea color de rosa y que la emoción del momento solo permita que apreciemos las cosas lindas.

A partir de entonces surge un cambio. La emoción y la novedad van disminuyendo, la curiosidad se ve saciada, la rutina comienza a cansar, la familia empieza a formarse y lo que antaño era alegría se vuelve obligación. Alternadamente visitan el hogar los problemas y las alegrías, pero ahí sigue escondida la chispa del amor. Vienen los años duros y fríos, se presentan situaciones indescifrables que ponen a prueba la fortaleza de ese sentimiento. Aparecen otros, en que hay tanta felicidad que no se puede creer, se siente uno en medio de un sueño: la graduación de los hijos, la prosperidad en el hogar, la llegada de los nietos…

Todo lo bueno o malo que ocurre en el matrimonio son las pruebas que Dios envía para templar el carácter de los esposos, eslabones de amor con los que va rodeándolos para que no se separen jamás. Algunos no tienen el valor suficiente para sortear la adversidad y abandonan la lucha a mitad del camino, de esos hay millones y se les llama desertores. Solo unos cuantos llegan a la meta, los que tienen clase, los que se crecen al castigo, los que ven en cada sufrimiento o contrariedad una oportunidad para demostrarse a si mismos lo que valen.

El matrimonio es un cofre que contiene el tesoro más valioso del mundo y Dios lo deposita en las manos de los desposados; ellos tendrán que ayudarse durante toda la vida para no dejarlo caer o abandonarlo a la orilla del sendero. Si uno está a punto de  resbalar, el otro con amor debe sostenerlo. Pudiera ser que el fastidio o el cansancio llegaran a provocarlos para desistir de su misión, pero basta con elevar la vista al cielo y pedir ayuda al creador, para sentirse reconfortados.

Mi admiración y respeto a los matrimonios que encanecen juntos, que han sabido afrontar las miles de pruebas que les puso la vida, y si aunado a esto continúa encendida la llama del amor en sus pupilas, y sus manos se buscan para entrelazarse y sentir la tibieza de su piel como hace tantos años, no cabe duda que ustedes han sido elegidos por Dios y han tenido su bendición desde aquel día.

Con afecto para mi querida amiga Beatriz y su esposo José Chávez.

Antonieta B. de De Hoyos.                              Enero 18/14

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