jueves, 2 de enero de 2014


El inolvidable mensaje de Nochebuena.

Era domingo por la noche, y aun faltaban algunas cosas por comprar para la cena de Nochebuena, razón por la que decidimos acudir al supermercado y llevar con nosotros a los nietos más pequeños, con la intención de que se distrajeran un rato con la gente y los adornos navideños. Como era de esperarse el local estaba lleno, las canastillas agotadas, por suerte alguien desocupó la suya y el encargado de acomodarlas amablemente nos la cedió.

Necesitábamos pasas de uva para la ensalada de zanahoria, pan francés, bombones para asar en la pequeña fogata que su abuelo y sus papás, iban a encender en medio del patio. También nos faltaba la carne para rellenar el pavo, aceitunas, nueces, papas, una botella de vino blanco y otras cosas más.

Entre el bullicio de los compradores, en el ir y venir por los pasillo buscando lo que llevábamos anotado en la lista, en el vigilar a los nietos, saludar y desear felicidad a conocidos y familiares, pasó algo inesperado que me conmovió.

Fue en ese recorrer los estantes pletóricos de mercancías, que distinguí la presencia de un hombre de edad madura, un poco desaliñado, que deambulaba por los pasillos, con sus manos dentro de las bolsas de su chaqueta. No llevaba canastilla y se notaba que tampoco prisa por comprar. Fueron varias las ocasiones en las que me topé con él, caminaba despacio, observaba a la gente y se distraía mirando la mercancía colocada dentro de los anaqueles. Hechas las compras regresamos a casa, ahora solo deberíamos levantarnos temprano para empezar a preparar entre todos, la cena de la celebración.

Esa noche mientras hacia mis oraciones acostumbradas, recordé la figura de aquel hombre del supermercado; imaginé que podría ser un padre de familia o un abuelo joven desempleado, que pasaba por una difícil situación económica y aunque sin angustia, pero si con un dejo de tristeza, miraba las cosas que no podría comprar.

Al día siguiente comenté a mis hijos y nietos lo acontecido en el supermercado y les recordé, lo agradecidos que debíamos estar con Dios por tener un poco mas de lo necesario. A las ocho de la noche, asistimos todos a la misa del Niñito Jesús. Con especial  cariño oré por todos aquellos desventurados que tendrían que pasar esta noche santa, quizás con poca comida y mucho frío.

Este mensaje no llegó en balde, porque me permitió reconocer el valioso significado de la oración contemplativa. A veces la vejez, la pobreza o la enfermedad, nos impiden servir a nuestros semejantes en desgracia, pero no son impedimento para que digamos una oración por ellos. Todos podemos, si queremos, desde el lugar donde nos encontremos pedir a Dios con mucha fe, que ablande el corazón de los poderosos para que brinden con amor la ayuda implorada, porque gracias  a la fe en la oración, el mundo está cambiando.

Antonieta B. de De Hoyos                       enero 4/14

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