La
controversia de ser anciano.
Con
motivo de celebrarse el día del anciano en varios países y en México, me di a
la tarea de buscar información al respecto y me encontré con una polémica
inesperada. Pues mientras la filosofía de la vida moderna exige a la persona:
juventud, belleza, salud, bienestar físico y económico, competitividad,
agresividad, saber médico, requisitos que obligan a tomar un nuevo rol y una
imagen complicada, colocando a la ancianidad en el periodo más terrible de
deterioro.
En esta sociedad
del uso por el desuso nadie quiere envejecer, a pesar de saber que esta es
una etapa de la vida que tendremos que
experimentar si así lo dispone Dios. He aquí la controversia: si nadie quiere
llegar a viejo, ¿por qué la ciencia y los científicos perseveran tanto en
encontrar la fórmula de la longevidad? El promedio de vida se ha incrementado
notablemente, de cincuenta a setenta y cinco años, sin contar los millones que logran subsistir pasados los
noventas.
Pero
entonces, ¿Cuál es el objetivo de alargar la existencia? Será para incrementar
la venta de artículos y medicamentos, de tratamientos quirúrgicos, de lugares
de retiro?
La
geragogía es una nueva disciplina que prepara a la persona para envejecer con
calidad, señalando las reglas que deben respetarse desde mucho antes que llegue
el atardecer. El geragògo se ocupa de la higiene, fracturas de riesgo,
alimentación, actividades físicas, pero sobre todo de fomentar propósitos de
vida que permitan al adulto mayor, sentirse protagonista y no solo espectador al final de su existencia.
El
anciano saludable, asume su pasado, su presente
y su futuro, olvida los errores y goza de los buenos recuerdos, evangeliza su
memoria. Deja de mirar con recelo el espejo, acepta sus arrugas y lleva con
donaire su bastón o pasamanos, no teme a la muerte pues en este tiempo de
espera, su corazón está más cerca de Dios.
La vejez
no es una etapa vacía, es una época de austeridad, de heroísmo, de santidad,
tiempo de hacer el bien; donde a pesar de la decadencia física el espíritu se
mantiene firme, lo sobrenatural embellece sus días. Quien vive su ancianidad al
máximo y se enorgullece de ello, evita parecer lo que ya no se es. Recibe como
bienes divinos la sabiduría, la serenidad, la íntima seguridad, disfruta con
enorme placer lo que la vida le ofrece.
Ningún
bien nacido puede recordar a sus padres o parientes ya ancianos, sin
conmoverse. Por eso cuando nos dejan sentimos una irreparable pérdida, la
orfandad duele aunque los sepamos en el cielo. A veces demasiado tarde nos
damos cuenta de que su presencia nos hacía mucho bien, que necesitamos sus
bendiciones. Su rostro surcado por las arrugas de tantos sufrimientos, se
convierte en la estrella que ilumina la noche de nuestra vida. Pero podemos aprender
desde jóvenes, esas maravillosas lecciones que orientan hacia la verdad, la belleza
y la bondad de Dios, y obtener esa riqueza de espíritu que no disminuye cuando
el vigor de la carne muere.
Antonieta
B. de De Hoyos. Agosto
7/13
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