La espada de Damocles sobre
Piedras Negras.
En mi época estudiantil, se
acostumbró llevar en excursión a los alumnos próximos a graduar a las Grutas de
Villa García, situadas al lado de la
carretera Saltillo-Monterrey. Es una
enorme caverna en lo alto de la Sierra Madre Oriental, a la que se llega por
medio de un rústico funicular. Es impresionante observar las diversas formas
que toma la naturaleza, cuando Dios la moldea.
Recordé este pasaje de mi
vida, porque la figura que más me impresionó en esta visita fue la Espada de Damocles, una estalactita
muy grande que pendía del techo de la
gruta simulando una enorme espada. ¿Quien fue Damocles? Al parecer un
cortesano excesivamente adulador en la corte de Dionisio II, al que envidiaba
por su riqueza y poder. Para escarmentar al adulador, Dionisio se ofreció a
cederle su lugar por un día para que disfrutara de esa suerte. Esa tarde se
ofreció un opíparo banquete en honor de Damocles, pero fue hasta el final de la comida que miró hacia
arriba y reparó en la afilada espada que colgaba atada por un único pelo de
crin de caballo, directamente sobre su cabeza. De súbito se le quitaron las
ganas de los apetitosos manjares y las hermosas muchachas y pidió al tirano
abandonar su puesto, diciendo que ya no quería seguir siendo tan afortunado.
Esta leyenda griega se ha
transformado con los años en parte de la cultura popular, utilizándose para
hacer referencia a la inseguridad presente en todas las personas que poseen un
gran poder, así como la fragilidad de su cargo. No solo la inseguridad causada
por la posibilidad de perder la posición, sino también por los daños
colaterales que acarrea. También sirve para reconocer una amenaza constante que puede llevar a un
inesperado y repentino desenlace trágico. Es una excelente metáfora de los
inminentes peligros y el precio que se puede pagar por ostentar un alto mando.
El lunes de la presente
semana, tuvimos la experiencia de una fuerte tormenta que duró escasos veinte
minutos y que dejó una lluvia apenas de una pulgada. A pesar de no ser
catastrófico el acontecimiento, si fue lo suficiente para que los arroyos se
llenaran y se desbordaran por sobre las banquetas. Otra vez me tocó ser testigo
del grave peligro que representa el
arroyo el “Tornillo”, ubicado en la zona centro, a la puerta de mi casa.
Muchos aun no empiezan, otros
con mucho esfuerzo vamos a la mitad en la reconstrucción de lo destruido en la
pasada inundación. Miles vivimos ahora con una espada de Damocles sobre nuestras
cabezas ante un cielo nublado, mientras las autoridades se preparan para las fiestas
cívicas con banderitas y trajes charros.
¡Exigimos
ya! ademar los
arroyos y realizar los estudios hidrológicos. Necesitamos unirnos ricos y
pobres, cultos e incultos, poderosos y humildes en una sola voz contra la ilimitada negligencia de las autoridades.
No está el ánimo para celebrar, queremos
un lugar seguro para vivir. ¿Quién querrá salir la noche del quince a gritar
¡VIVA MEXICO! Si existe la posibilidad de que a su regreso no tenga donde
guarecerse?
Antonieta B. de De Hoyos agosto 5/13
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