miércoles, 4 de septiembre de 2013


La espada de Damocles sobre Piedras Negras.

En mi época estudiantil, se acostumbró llevar en excursión a los alumnos próximos a graduar a las Grutas de Villa  García, situadas al lado de la carretera Saltillo-Monterrey.  Es una enorme caverna en lo alto de la Sierra Madre Oriental, a la que se llega por medio de un rústico funicular. Es impresionante observar las diversas formas que toma la naturaleza, cuando Dios la moldea.

Recordé este pasaje de mi vida, porque la figura que más me impresionó en esta visita  fue la Espada de Damocles, una estalactita muy grande que pendía del techo de la  gruta simulando una enorme espada. ¿Quien fue Damocles? Al parecer un cortesano excesivamente adulador en la corte de Dionisio II, al que envidiaba por su riqueza y poder. Para escarmentar al adulador, Dionisio se ofreció a cederle su lugar por un día para que disfrutara de esa suerte. Esa tarde se ofreció un opíparo banquete en honor de Damocles, pero fue  hasta el final de la comida que miró hacia arriba y reparó en la afilada espada que colgaba atada por un único pelo de crin de caballo, directamente sobre su cabeza. De súbito se le quitaron las ganas de los apetitosos manjares y las hermosas muchachas y pidió al tirano abandonar su puesto, diciendo que ya no quería seguir siendo tan afortunado.

Esta leyenda griega se ha transformado con los años en parte de la cultura popular, utilizándose para hacer referencia a la inseguridad presente en todas las personas que poseen un gran poder, así como la fragilidad de su cargo. No solo la inseguridad causada por la posibilidad de perder la posición, sino también por los daños colaterales que acarrea. También sirve para reconocer  una amenaza constante que puede llevar a un inesperado y repentino desenlace trágico. Es una excelente metáfora de los inminentes peligros y el precio que se puede pagar por ostentar un alto mando.

El lunes de la presente semana, tuvimos la experiencia de una fuerte tormenta que duró escasos veinte minutos y que dejó una lluvia apenas de una pulgada. A pesar de no ser catastrófico el acontecimiento, si fue lo suficiente para que los arroyos se llenaran y se desbordaran por sobre las banquetas. Otra vez me tocó ser testigo del grave peligro que representa  el arroyo el “Tornillo”, ubicado en la zona centro, a la puerta de mi casa.

Muchos aun no empiezan, otros con mucho esfuerzo vamos a la mitad en la reconstrucción de lo destruido en la pasada inundación. Miles vivimos ahora con una espada de Damocles sobre nuestras cabezas ante un cielo nublado, mientras las autoridades se preparan para las fiestas cívicas con banderitas y trajes charros.

¡Exigimos ya! ademar los arroyos y realizar los estudios hidrológicos. Necesitamos unirnos ricos y pobres, cultos e incultos, poderosos y humildes en una sola voz contra  la ilimitada negligencia de las autoridades. No está el ánimo para celebrar,  queremos un lugar seguro para vivir. ¿Quién querrá salir la noche del quince a gritar ¡VIVA MEXICO! Si existe la posibilidad de que a su regreso no tenga donde guarecerse?

Antonieta B. de De Hoyos              agosto 5/13 

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