Dios bendice a los buenos
locutores.
El catorce de septiembre
es el día del locutor, y aunque existe el locutor de televisión el más laureado
es el de la radio, probablemente porque él representa la magia de lo
desconocido, la voz que conmueve, que subyuga, que enaltece.
Durante las primeras
décadas de la radiodifusión, la presencia del locutor fue relevante para la
sociedad, ahora en el mundo globalizado de las ideas su labor es preponderante.
La descomunal
información y desinformación, frívola y desconcertante, que nos llega a través
de todos los medios de comunicación, ha desestabilizado las creencias y
tradiciones instituidas; motivo suficiente para que la gente sufra en su
cotidianidad graves crisis existenciales.
Es en estos críticos
estados de ánimo, cuando el locutor de cabina se convierte en confidente,
oyendo con atención y ejerciendo la ética. El buen locutor no improvisa, se
prepara, lee, investiga, cuida su lenguaje y evita a toda costa las palabras
hirientes, ofensivas, violentas, todo lo que denigre su imagen y la de la empresa
que representa.
La corrupción, los
vicios y la ambición desmedida se han colado hasta grabarse en la mente de nuestros niños y adolescentes, que pueden
contaminar si no se lucha contra ello, a las generaciones venideras única esperanza
de un futuro mejor. Por eso necesitamos locutores jóvenes y adultos íntegros,
de una calidad moral incorruptible, que jamás inciten a los inexpertos a los
vicios y la violencia.
Todavía hasta hace
algunos años, para desempeñarse como locutor de radio y televisión se necesitaba
una licencia que acreditara la profesión, requisito que ha quedado en el
olvido, ya que ahora basta con que el empresario envíe una carta a la
Secretaría correspondiente, para que el solicitante haga uso del micrófono. He
aquí el ¿por qué?, surgieron los improvisados, los que se limitan a ganar el
pan, a hablar y divertir, pero que carecen de conocimientos, destrezas,
vocación y espíritu de servicio.
La voz de la mujer y su
feminidad desde siempre ha sido muy apreciada, lo malo es que por carecer de la
licencia, estas bellas voces muchas veces se desperdician en programaciones vanas de entretenimiento soez.
La grata noticia es que
los buenos locutores van a la alza, son esos que llevan en su corazón la misión
excelsa de comunicar, el deseo interior de descubrir y compartir la vida buena,
la cultura y la palabra correcta. Ellos no mienten, son coherentes con lo que
dicen en cabina y con lo que hacen fuera de ella, jamás se venden al mejor
postor.
Cuando
se une pensamiento, sentimiento y voz el ambiente es cautivador, son momentos
en los que el auténtico locutor toca el alma del que le escucha con atención,
anhelando elevar su espíritu. Cuando las palabras difunden los valores
universales como el amor, el respeto, la paz, la dignidad, libertad, honor y la
justicia, se convierten en caricias, en abrazos a la humanidad, que el buen
locutor brinda al mundo desde su humilde cabina.
Antonieta B. de De
Hoyos. Sept.11/13.
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