Encontrar la
diferencia.
A principios del mes de
mayo el Papa Francisco, durante la audiencia que sostuvo en la Biblioteca del Palacio
Apostólico del Vaticano con motivo de dar inicio a un nuevo ciclo de catequesis,
dedicado a meditar sobre el tema de la oración, compartió con los creyentes la
diferencia de rezar con devoción frente a la fatalidad y el hacerlo por
tradición.
Ahí aprovechó para
recordar todas esas hermosas oraciones que nos acompañan al amanecer y al
anochecer, incluso aquellas en las que hacemos un alto al mediodía para rezar el Ángelus, instantes en los que
con fervor suplicamos la presencia del Espíritu Santo y decimos un Padrenuestro
de sanación por los enfermos y más.
El Papa dice, que la
oración es un grito que sale del corazón del creyente que espera todo en Dios. Entonces
¿Cómo debemos orar para ser escuchados por Dios? Basta humildad y persistencia.
Lo principal es reconocer
a la oración como el alimento de nuestra fe y la mejor forma de manifestarla. En
estos tiempos necesitamos ser escuchados. Jamás pensemos en resignarnos al mal
que nos oprime, es un deber fortalecer el espíritu para combatir el desaliento no
olvidemos que éste, es el arma favorita del demonio para destruirnos.
Fuera pesimismo, avivemos
la esperanza de que esta situación pronto va a mejorar gracias al esfuerzo colectivo.
El Papa continuó
diciendo que existe una “no fe” y es aquella que admite el sufrimiento
pasivamente sin hacer nada por contrarrestarlo, condenando a su corazón y a su
alma al abandono.
Es tiempo de aprender que
la fe es un grito que sale del corazón a cualquier hora del día o de la noche,
somos millones alrededor del mundo los que suplicamos de rodillas la gracia
divina. La historia comprueba que siempre han existido personas que logran una
vida ejemplar, gracias a que nunca dejan de orar.
Imposible enumerar a todos
aquellos que no se cansan de implorar por sus hijos o seres queridos, que sufren
graves problemas.
La maravillosa acción
de orar es la más sublime de las súplicas, es esa sencilla terquedad de tocar insistentes la puerta del corazón de
Dios, porque sabemos que nuestros ruegos sin distinción alguna, serán escuchados.
Cuando Dios ve la
grandeza de la fe, abre las puertas de su misericordia y de su omnipotencia. Atiende
la plegaria y concede lo pedido. Nosotros en nuestro diario vivir damos con
mucha alegría testimonio de ello.
La oración humilde nace
de la fe, de la fragilidad humana, de la imperiosa necesidad que tenemos de la
presencia de Dios, la oración es la voz que aclara esa densa niebla que en ocasiones nos aterra.
Antonieta B. de De
Hoyos 5/20/20
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