miércoles, 13 de mayo de 2020



Con las manos vacías…
 Hace ya varias semanas, cuando comenzó el confinamiento y nos convencieron de que lo mejor era quedarse en casa, me molestó el no saber qué hacer al término de mis labores domésticas y escribir. En la actualidad mis hijos han formado sus familias, los nietos por supuesto están con ellos, ahora nuestra casa se ve triste, sola y enorme.  
Fue en uno de estos días mientras me daba un descanso, que abrí la Biblia al azar y leí el siguiente párrafo, era Eclesiastés 3.
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de lamentar, y tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz”
De momento me desconcerté, por esa razón decidí leerlo varias veces, repasando lentamente cada una de sus frases. Había llegado a mis manos en el peor momento, precisamente cuando sufría un obligado encierro y lo que me sobraba era tiempo.
Mi pensamiento se remontó a mi adolescencia, cuando llegó la globalización de las ideas a modificar las buenas costumbres en las sociedades de todos los países, lo peor es que llegó con la “urgencia” estilo de vida en la que todo debía hacerse rápido y al instante.
Nuestros padres y abuelos a pesar de trabajar afanosamente durante el día, conocieron la despreocupación, siempre tuvieron tiempo para convivir en familia al anochecer o el fin de semana. Hubo espacios para la sana diversión. 
La palabra “urgente” echó por tierra ese maravilloso estilo de ser y de vivir, la inmediatez alteró la paz acostumbrada, lo importante y lo necesario se confundieron, todo debía tenerse de inmediato.
Este activismo empobreció a la sociedad, el estrés empezó a  reinar, la gente se esforzaba por cumplir aun y cuando sabía que al morir, siempre le quedarían cosas pendientes que a lo mejor si eran urgentes.
Hoy creo que lo urgente de verdad es preguntarnos si estamos aprovechando en forma correcta nuestro valioso tiempo. Es impostergable aprender a escuchar sin prisas a un niño, a un enfermo, a un anciano, a dar con amor a ese pobre en extrema pobreza que se siente solo y pide ayuda.
Si escrito está, gozaremos de más tiempo para sentirnos vivos de cuerpo y alma, no lo desperdiciemos en banalidades. Quedémonos más tiempo en casa y con las manos vacías, para que Dios en su momento las llene con su gracia. 
Antonieta B. de De Hoyos                                   5/13/20

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