Con
las manos vacías…
Hace ya varias semanas, cuando comenzó el
confinamiento y nos convencieron de que lo mejor era quedarse en casa, me
molestó el no saber qué hacer al término de mis labores domésticas y escribir.
En la actualidad mis hijos han formado sus familias, los nietos por supuesto están
con ellos, ahora nuestra casa se ve triste, sola y enorme.
Fue en uno de estos
días mientras me daba un descanso, que abrí la Biblia al azar y leí el
siguiente párrafo, era Eclesiastés 3.
“Todo tiene su tiempo,
y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y
tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de
matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; tiempo de
llorar, y tiempo de reír; tiempo de lamentar, y tiempo de bailar; tiempo de
esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de
abstenerse de abrazar; tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar,
y tiempo de desechar; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y
tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y
tiempo de paz”
De momento me
desconcerté, por esa razón decidí leerlo varias veces, repasando lentamente
cada una de sus frases. Había llegado a mis manos en el peor momento,
precisamente cuando sufría un obligado encierro y lo que me sobraba era tiempo.
Mi pensamiento se
remontó a mi adolescencia, cuando llegó la globalización de las ideas a
modificar las buenas costumbres en las sociedades de todos los países, lo peor
es que llegó con la “urgencia” estilo de vida en la que todo debía hacerse
rápido y al instante.
Nuestros padres y
abuelos a pesar de trabajar afanosamente durante el día, conocieron la
despreocupación, siempre tuvieron tiempo para convivir en familia al anochecer
o el fin de semana. Hubo espacios para la sana diversión.
La palabra “urgente” echó
por tierra ese maravilloso estilo de ser y de vivir, la inmediatez alteró la
paz acostumbrada, lo importante y lo necesario se confundieron, todo debía
tenerse de inmediato.
Este activismo empobreció
a la sociedad, el estrés empezó a
reinar, la gente se esforzaba por cumplir aun y cuando sabía que al
morir, siempre le quedarían cosas pendientes que a lo mejor si eran urgentes.
Hoy creo que lo urgente
de verdad es preguntarnos si estamos aprovechando en forma correcta nuestro
valioso tiempo. Es impostergable aprender a escuchar sin prisas a un niño, a un
enfermo, a un anciano, a dar con amor a ese pobre en extrema pobreza que se
siente solo y pide ayuda.
Si escrito está,
gozaremos de más tiempo para sentirnos vivos de cuerpo y alma, no lo
desperdiciemos en banalidades. Quedémonos más tiempo en casa y con las manos
vacías, para que Dios en su momento las llene con su gracia.
Antonieta B. de De
Hoyos
5/13/20
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