Cuando la tolerancia ya
no es tolerable.
Aun y cuando mi cabello
ya pinta canas, no deja de sorprenderme el giro que está tomando la ya tan
popular libertad de expresión. Ahora cualquiera puede decir lo que piensa y lo
que siente, sin tomar en cuenta a los que pudiera ofender y violentar con su atrevimiento.
El vandalismo y las
marchas que apoyan protestas sociales se han tornado comunes, conductas inaceptables que exigen a los
gobiernos trabajar de inmediato, en políticas que garanticen los derechos de
igualdad y de respeto entre los individuos, vivir en una sociedad pacifica es
un derecho humano.
Cada persona es única e
inigualable, cada creencia e ideología es valiosa, siempre y cuando no afecte la
existencia de los demás. La diversidad es y ha sido siempre propia de las
sociedades y sólo practicando la tolerancia se ha podido asegurar la
supervivencia de asociaciones mixtas en cada región del mundo.
Desafortunadamente las
diferencias ideológicas, físicas, económicas y sociales han creado división en
algunos sectores de la población; hay lugares en los que no se gozan las libertades
correspondientes y se realizan actos de discriminación y terrorismo.
Estamos en una era en
la que el extremismo y el radicalismo violento van en aumento y los conflictos
se caracterizan por un menosprecio fundamental a la vida humana.
Hoy los discursos de
odio se multiplican hacia las personas migrantes, grupos minoritarios y étnicos;
actos improcedentes expresados y apoyados por figuras públicas que influyen
gravemente en el ánimo de sus seguidores y en la opinión pública. Generalizar y
describir a personas como “peligrosos” o “inferiores” no es un fenómeno nuevo, terribles
tragedias en la historia de la humanidad testifican esos hechos.
Un claro ejemplo de
intolerancia, es el movimiento que defiende la diversidad sexual con comportamientos
difíciles de aceptar como lo es, exigir respeto a su derecho a vivir en
libertad, mancillando en su euforia la dignidad de personajes ilustres por el
simple hecho de no querer escuchar, las voces de los que no estén de acuerdo.
La injusticia, la
violencia, la discriminación y la marginación son formas comunes de
intolerancia, parece que hemos olvidado que la tolerancia se basa en saber apreciar la
riqueza y la variedad de las diferentes formas de ser en cada cultura. En
ningún caso la tolerancia es indulgencia o indiferencia.
Es preciso retomar los
valores personales y empezar a educar en ellos desde el seno familiar y en las
escuelas. Apremia que el respeto entre minorías y mayorías sea reciproco y
dejar bien claro que la intolerancia nace de la ignorancia, del miedo a lo
desconocido.
Todos somos partes de
la solución por eso es una obligación moral, hacer uso de los talentos
intelectuales y artísticos pero, encauzados a elevar la calidad de vida de todos
los que habitamos este planeta.
Antonieta B. de De
Hoyos 12/18/19
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