miércoles, 17 de julio de 2019


Aun hoy, no he podido olvidarlo.
Han pasado muchos años desde que leí este hermosísimo poema  de Renato Leduc, quizás y sin temor a equivocarme, andaría yo pisando los primeros años de mi dorada juventud, época en la que la sangre corre por las venas con mayor fuerza y pensamos que podemos comernos el mundo a puños.
Décadas en las que logramos gozar de los más bellos placeres, en los que se disfruta todo, bailes, deportes, vacaciones, emociones, cupido ronda constantemente y aunque es cuando más errores se cometen y el corazón más sufre, también es el espacio en que quedan grabadas en la memoria las experiencias dulces y amargas que permiten después crecer como ser humano.
Busque el poema por  internet y me di cuenta de que ha sido interpretado por grandes cantantes de la talla de José José, Marco Antonio Muñiz y nuestro querido y admirado Vicente Fernández, entre muchos otros.
Por si alguien no lo conoce lo presento enseguida. Cuentan una pequeña anécdota en la que se dice que varios compañeros escritores de Leduc, lo retaron para que hiciera un poema en el que usara la palabra tiempo.

Lo tituló “Tiempo y destiempo”.

Sabia virtud, de conocer el tiempo,
A tiempo amar y desatarse a tiempo
Como dice el refrán dar tiempo al tiempo,
Que de amor y dolor, alivia el tiempo.
Aquel amor a quien ame a destiempo
Martirizome tanto y tanto tiempo,
Que no sentí jamás correr el tiempo,
Tan acremente como en ese tiempo.
Amar, queriendo como en otro tiempo
Ignoraba yo aún, que el tiempo es oro
Cuanto tiempo perdí, ay, cuanto tiempo.
Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,
Amor de aquellos tiempos cuanto añoro,
La dicha inicua de perder el tiempo.

Es admirable la forma en que adaptó en cada renglón de los versos la palabra tiempo, pero mucho más valiosa la lección que  dejó para la posteridad, en la que obliga al lector a tomar muy en cuenta la importancia de no perder el tiempo, para que después en la madurez y vejez no se caiga en desfiguros a destiempo.
Esto vino a mi memoria por todas las cosas hermosas que recuerdo haber hecho durante mis juveniles y alocados tiempos, aunque más tarde al llegar la madurez con nuevas responsabilidades, solo quedaran aquellos inocentes desenfrenos en el recuerdo.   
Probablemente esté equivocada como a veces suele suceder, pero no me simpatiza ver personas muy adultas realizando en diferentes eventos, actos circenses y marometas juveniles. Creo que llegar a la vejez es un premio que Dios otorga y que debemos caminar en ese sendero con dignidad, abandonando con donaire las cosas propias de la juventud.
Antonieta B. de De Hoyos                               julio /17/19

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