El privilegio de ser
catequista.
Desde niña me incliné
mucho por saber más de mi doctrina religiosa, pero pasado el tiempo este deseo se
esfumó. Fue hasta que me convertí en abuela cuando regresó a mi mente aquel sentimiento
infantil, que me llevó a escribir un Rosario al Niñito Jesús, especial para
menores entre cinco y diez años.
Rezarlo en la parroquia
de mi colonia rodeada de casi medio
centenar de chiquillos fue un sueño hecho realidad, lástima que solo pude
hacerlo en dos ocasiones, por cambios en los reglamentos internos de la
iglesia.
Precisamente por ese
amor a los peques consideré inscribirme como catequista, aprovechando que por
mis venas corre sangre de educadora. En
esos planes pensaba cuando recordé a mi querida maestra de catecismo, se
llamaba “Doña Trini”, andaría si acaso por la quinta década, sólo que en aquella
época las personas lucían de mayor edad, era bajita con un poco de sobre peso,
blanca y con su pelo entrecano, nos trataba con mucho cariño.
Era tal mi entusiasmo que
olvidé algo importante; el paso de los años. Ahora por más que me esforzara el
tiempo ya no estaba de mi parte. Imagino que Dios en su misericordia para que
no me entristeciera, puso en mi computadora el siguiente mensaje:
Requisitos para ser
buen catequista:
“En primer lugar, debe
tener una espiritualidad profunda de unión a Jesucristo y a la Iglesia, pues tiene
que dar testimonio con su propia vida más que con sus palabras, de su
compromiso con Cristo, con la Iglesia y con su comunidad. Debe estar en
contacto permanente con la sociedad, porque hoy la enseñanza va a la par. Es
indispensable que sea una auténtica persona de oración que alimente su vida con
la palabra de Dios.
Será dueña de una
conciencia crítica ante lo que pase y con sus mensajes invitará a la reflexión a
la luz de la palabra de Dios. Estará siempre dispuesta a escuchar y a dialogar
con entusiasmo y como la catequesis da una visión ordenada de la fe, debe conocer
muy bien el mensaje que va a comunicar. Acostumbrará estudiar la biblia y la
interpretará uniendo siempre su vida
personal con la palabra de Dios.”
Cuando terminé de
leerlo, me di cuenta de que todos esos requisitos ya no estaban a mi alcance, y aunque me considero una persona de oración,
no me siento capaz de interpretar la biblia correctamente.
De todos modos si Dios
me lo permite, voy a solicitar la autorización para organizar el rosario para
los peques, durante el novenario al Niñito Jesús minutos antes de que empiecen
las posadas tradicionales.
La infancia es la base del edificio humano, es ahí en la
frescura de esa mente donde se graba con amor la presencia divina. Más adelante
al llegar la adultez, si por alguna razón se extravía el buen camino, ten la
seguridad que dentro del corazón de esos niños siempre permanecerá encendida,
la maravillosa chispa de la reconciliación.
Antonieta B. de De Hoyos
9/12/18
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