jueves, 7 de junio de 2018


Empoderadas o esclavizadas.
Gracias a Dios he vivido el tiempo suficiente como para darme cuenta de los tremendos cambios que en las últimas décadas del siglo pasado y primeras del milenio, ha venido experimentando la mujer en su aspecto físico, moral, emocional, cultural y espiritual.  Admiro enormemente la manera en que su inteligencia y habilidades se han desbordado, obligando al varón a reconocer su extraordinaria naturaleza, algunos pensadores hasta  han afirmado que Dios volcó todo su amor al momento de crearla.
En este siglo que hace 18 años iniciamos, ha quedado al descubierto su enorme capacidad para desenvolverse y superar cualquier crisis, por eso me entristece la forma  en que aún sigue siendo manipulada.
No he visto ni uno solo de los programas de televisión denominados “Mexicana  Universal”, sinceramente no soporto la forma en que las  desvisten y las exponen a la crítica de su físico, las obligan a dietas rigurosas, cirugías estéticas en su cara y cuerpo, máscaras de maquillaje llenas de correctores que las convierten en otras, pero sobre todo la ofensa de tener que repetir los diálogos indicados.
En Europa ha dado inicio un movimiento femenino en contra de la moda en el vestir, que las obliga a usar prendas incomodas y estrafalarias que a veces rayan en el ridículo. La rebeldía también se impone en el rechazo a las indignantes pautas de vida que la sacan de lo moralmente acostumbrado. Mientras trasmitían esta noticia se escuchó de fondo el tema musical que puso de moda la cantante Alaska, allá por los años setentas, que decía “A quién le importa lo que yo haga…”
Ya han pasado bastantes años, desde que escuché que la mujer no solo se había emancipado sino también empoderado, me dio mucho gusto, pues pensé que al fin había llegado la anhelada liberación del sometimiento masculino, de ahora en adelante sí seriamos auténticas y en esa autenticidad encontraríamos la felicidad. ¡Por fin los estereotipos se iban a la basura! Pero no fue así, ese otorgado poder se limitó a instruirla para que su capacidad económica se elevara, se independizara y aceptara con alegría, las nuevas reglas del juego que el hombre formulaba, para su habitual  complacencia.
Gracias a la constante promoción a la vida “loca”, diversión, bebidas alcohólicas, productos chatarra, y al sedentarismo obligado donde se desempeña, la obesidad la destruye, al mismo tiempo que la anorexia la desnutre y la lleva a estados depresivos.
El empoderamiento femenino actual, no consiste en su profesionalismo ni en su belleza natural, sino en convencerla de que debe agradar al varón sin importar sacrificios. Ahora más que nunca, no es dueña de sí misma. Recuerdo cuando adolescente si alguien criticaba tu carácter o tu  físico, con gran orgullo decíamos “así me hizo Dios” y se acababa el problema. Antes las orgullosas abuelas elegían, hoy las nietas y bisnietas suplican ser elegidas.  
Antonieta B. de De Hoyos                                                      6/13/18

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