miércoles, 6 de diciembre de 2017

Mejor pensar en lo que aún podemos hacer.
Por Antonieta B. de De Hoyos                      9/12/17.
   Llega el tiempo de Adviento y católicos o no, sentimos esa fuerza interior que nos  impulsa a pensar, en todo lo que hicimos durante el año que está a punto de terminar, es una sensación muy extraña en la que los recuerdos buenos y no tan buenos se agolpan en la memoria.
   Precisamente cuatro semanas antes de la nochebuena, las diferentes doctrinas invitan a sus feligreses a la reflexión, no con el afán de buscar culpables y lastimar, sino de pensar con seriedad en lo que hicimos y en lo que dejamos de hacer.
   A veces por soberbia no pedimos perdón ni lo otorgamos y seguimos en el camino  avanzando dificultosamente con la carga de emociones negativas, que pudimos haber dejado a la vera del camino para aligerar la marcha.
   A mí me encanta el Adviento, porque en todas las informaciones que leo, relacionadas con él, aprendo una nueva lección que me alienta a disfrutar cada año vivido, a superar las adversidades y a resignarme ante lo irremediable. Lo más bello que me sucede, es que aquel miedo que tenía a morir se ha ido desvaneciendo, dejando en su lugar la serenidad anhelada, que me permite justipreciar cada minuto que transcurre.
   Pero lo importante en estos días de preparación espiritual previa a la nochebuena, es que nos demos el tiempo suficiente para reconocer lo valioso, de lo mucho que aún podemos hacer por nuestros seres queridos, nuestros semejantes y por nosotros mismos.
   Qué tal si hacemos un recuento de lo que dejamos pendiente, aquello que creímos que carecía de importancia, pero que ahora nos gustaría  retomar. Por ejemplo: buscar una amistad olvidada, servir a alguien que nos necesite, decir esas palabras de aliento que por egoísmo no pronunciamos, procurar ese cálido abrazo, ese tierno beso a quienes lo suplicaron con su mirada pero que por las prisas ignoramos, todavía hay tiempo de ofrecer esos mimos y cuidados que restringimos.
   Todos los días millones de personas asisten a casinos de juego, van de compras a tiendas exclusivas, disfrutan de viajes maravillosos, de comilonas deliciosas, ahí dejan su dinero y sus ilusiones. ¡Cambiemos de actitud!. Vayamos a los lugares donde nuestra presencia y economía son requeridas, a un  asilo de ancianos, a un orfelinato, a un centro de rehabilitación juvenil, a comedores públicos, visitemos a enfermos terminales y solitarios. Estoy segura que a la primera visita, tu visión de la vida cambiaría y tu misericordia se  avivaría.

   Pero si te es imposible realizar alguna de estas nobles acciones, no te apures. Llénate de gozo y envíales un donativo anónimo, saturado del amor que hay en tu corazón. Por lo pronto dejemos de lado la comodidad y salgamos a la calle, a lo mejor con suerte, podríamos disminuir en lo posible alguna necesidad ajena.

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