Mejor pensar en lo que aún podemos hacer.
Por Antonieta B. de De Hoyos 9/12/17.
Llega el tiempo de Adviento y
católicos o no, sentimos esa fuerza interior que nos impulsa a pensar, en todo lo que hicimos
durante el año que está a punto de terminar, es una sensación muy extraña en la
que los recuerdos buenos y no tan buenos se agolpan en la memoria.
Precisamente cuatro semanas
antes de la nochebuena, las diferentes doctrinas invitan a sus feligreses a la
reflexión, no con el afán de buscar culpables y lastimar, sino de pensar con
seriedad en lo que hicimos y en lo que dejamos de hacer.
A veces por soberbia no
pedimos perdón ni lo otorgamos y seguimos en el camino avanzando dificultosamente con la carga de
emociones negativas, que pudimos haber dejado a la vera del camino para
aligerar la marcha.
A mí me encanta el Adviento,
porque en todas las informaciones que leo, relacionadas con él, aprendo una
nueva lección que me alienta a disfrutar cada año vivido, a superar las
adversidades y a resignarme ante lo irremediable. Lo más bello que me sucede,
es que aquel miedo que tenía a morir se ha ido desvaneciendo, dejando en su
lugar la serenidad anhelada, que me permite justipreciar cada minuto que
transcurre.
Pero lo importante en estos
días de preparación espiritual previa a la nochebuena, es que nos demos el
tiempo suficiente para reconocer lo valioso, de lo mucho que aún podemos hacer
por nuestros seres queridos, nuestros semejantes y por nosotros mismos.
Qué tal si hacemos un
recuento de lo que dejamos pendiente, aquello que creímos que carecía de
importancia, pero que ahora nos gustaría
retomar. Por ejemplo: buscar una amistad olvidada, servir a alguien que
nos necesite, decir esas palabras de aliento que por egoísmo no pronunciamos,
procurar ese cálido abrazo, ese tierno beso a quienes lo suplicaron con su
mirada pero que por las prisas ignoramos, todavía hay tiempo de ofrecer esos
mimos y cuidados que restringimos.
Todos los días millones de
personas asisten a casinos de juego, van de compras a tiendas exclusivas,
disfrutan de viajes maravillosos, de comilonas deliciosas, ahí dejan su dinero
y sus ilusiones. ¡Cambiemos de actitud!. Vayamos a los lugares donde nuestra
presencia y economía son requeridas, a un
asilo de ancianos, a un orfelinato, a un centro de rehabilitación juvenil,
a comedores públicos, visitemos a enfermos terminales y solitarios. Estoy
segura que a la primera visita, tu visión de la vida cambiaría y tu
misericordia se avivaría.
Pero si te es imposible
realizar alguna de estas nobles acciones, no te apures. Llénate de gozo y
envíales un donativo anónimo, saturado del amor que hay en tu corazón. Por lo
pronto dejemos de lado la comodidad y salgamos a la calle, a lo mejor con
suerte, podríamos disminuir en lo posible alguna necesidad ajena.
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