jueves, 25 de junio de 2015


La felicidad humana, hoy no depende de los hijos.

Por Antonieta B. de De Hoyos                                    junio 27/15

Cuando leí este articulo no podía dar crédito a lo que veían mis ojos, era una investigación que publicaba la revista The Psychologist, donde se señala que el aspecto romántico de la paternidad y maternidad podría ser sólo una ilusión, porque ya existen diversos estudios que confirman que no hay una relación directa entre el hecho de tener hijos y el de ser felices. Se ha probado que los padres y madres tienen niveles más bajos de felicidad que los adultos sin hijos, ya que el tener descendencia reduce la dicha,  tranquilidad marital y satisfacción personal a los padres.

Dicen que la paternidad o la maternidad no aportan felicidad y que se considera un mito, el pensar que los hijos vienen a colmar de dicha a los padres. Algunos sociólogos afirman que padres y no padres sufren las mismas insatisfacciones vitales y ofrecen pruebas de que las tensiones asociadas con la paternidad, no se limitan al periodo de la crianza, cuando dependen física y económicamente, ya que más tarde cuando se han ido de casa, siguen siendo menos felices que los adultos en igual edad pero sin hijos.

Imaginar que un bebé solo trae cosas buenas y no malas es un error, lo real es que el día se llena de problemas por resolver como por ejemplo: cocinar, preparar papillas, biberones, lavar ropita, alimentar, bañar etc. y es esto precisamente, lo cotidiano, lo que daña los niveles de felicidad y satisfacción de los padres. Aquellos que dedican tiempo completo se sienten  menos eficaces que los adultos sin hijos, es el contraste cuando se piensa en un bebé sano, guapo y risueño y lo que la realidad después impone.  

Hacer creer que los “niños traen la torta bajo el brazo” sirve como incentivo para perpetuar la especie, ya que si el primer año del bebé es grandioso, en los cuatro siguientes la felicidad disminuye, las causas no sólo se presentan por el gran esfuerzo que cuesta criar a los hijos, sino también por la clase de sociedad que los recibe y el cambio de ideales de la juventud. Antes los hijos ayudaban al mantenimiento de la familia y a su conservación, mantenerlos era duro pero gratificante, ahora lo principal es conseguir cosas: una casa, autos, viajes, ropa, diversiones, las que puestas en la balanza pesan más que la presencia de los hijos; la vida se les complica y el entorno social exige otras prioridades.

En Canadá abundan las parejas de extranjeros sin hijos que laboran dieciséis horas diarias y soportan las inclemencias del clima con tal de vivir bien, eso sí, sin niños. Añoran a la familia pero esa se queda en el lugar de origen.

La moda es vivir, disfrutar, evadir penas y sacrificios, permanecer más tiempo solteros o sin hijos, su vejez no les preocupa, la han asegurado en una lujosa casa de retiro pre-pago; lo malo es que dentro de tres décadas el número de ancianos se duplicará y las casas de reposo no se darán abasto con tantas viejecitas y viejecitos solitarios, que recibirán los cuidados necesarios de manos de aquellos niños y niñas, que hace  muchos años otros padres SI quisieron tener.   

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