Ser abuela
hoy, es otro rollo.
Hay ocasiones en que comprender la vida se me
dificulta y ahora mucho más, con lo que la sociedad exige en mis años viejos.
Hace diecisiete años Dios me bendijo al convertirme en abuela por primera
vez, sobre todo porque en ese maravilloso tiempo tenía el privilegio de gozar
de una salud inquebrantable, una economía estable, un futuro lleno de
ilusiones, que me permitía realizar varias actividades altruistas alternadas
con las del hogar.
Tres lustros después en distintos tiempos,
llegaron otros siete pequeñines, cuatro mujercitas y tres varones. Mi felicidad
no tuvo límite, mi corazón se fue dividiendo conforme les conocía para
prodigarse a todos por igual pero…,el tiempo no perdona, cuando pisé por
primera vez la senda de las abuelas, yo era otra.
En este corto periodo la situación social,
económica y laboral de la mujer cambió radicalmente, los compromisos se le
duplicaron, el dinero en su casa escaseó, la exagerada promoción a tener y
parecer la descontroló; acontecimientos que hicieron trizas el encanto que
antaño poseía una abuela. Recuerdo aquellos domingos en los que llevaba a mis
hijos a la casa de mis padres, desayunábamos y comíamos con ellos, fueron horas
de placer que terminaban cuando el atardecer indicaba el regreso. Durante la
semana las tareas escolares y las domésticas nos mantenían bastante ocupados,
solo por teléfono nos comunicábamos, a veces sin esperarlo los visitábamos un
ratito, pero lo clásico era el domingo.
Mi madre jamás llevó al kínder, a la escuela, al
karate, al inglés o a la natación a mis hijos; ni de compras, ni al médico, ni
se encargó de ellos para que mi esposo y yo saliéramos a divertirnos, cuando el
compromiso era ineludible, se pagaba el servicio de una niñera. Mi conciencia
me ordenaba respetar su vida privada, ella se había entregado por completo
durante mi desarrollo, ahora debía corresponderle dejándola disfrutar sus años
mayores. Fue una magnífica abuela, los consentía, platicaba con ellos, les
contaba historias, les hacía regalos, les daba golosinas, sobre todo nieve y
frutas frescas en la temporada de calor. Recibía, disfrutaba y despedía con
amor a todos sus nietos.
En la actualidad el desempleo, el ser padres
a temprana edad o ya muy adultos, la búsqueda constante de placeres y la
rotunda negación al sacrificio personal, ha obligado a las abuelas a
convertirse en madres sustitutas, cocineras, choferes, cuidadoras, sin recibir
pago alguno, porque se piensa que esa es su forma de contribuir al bienestar
del hogar de los hijos. Son verdaderas heroínas, sobreviven cumpliendo
obligaciones propias y ajenas. Gracias a Dios hay algunas que aun pueden contar
cuentos, jugar con sus nietos y acompañarlos en sus rezos antes de acostarse, y
también hay hijos que agradecen el enorme esfuerzo que la abuela realiza, a pesar
de su quebrantada salud.
El amor entre abuela y nietos debe ser
incondicional, jamás obligado, juzgado ni satirizado, su misión ya la ha
cumplido, por eso tiene derecho de amar a su manera… ¡ser abuela hoy, es otro rollo!.
Antonieta B. de De Hoyos
1/24/15.
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