sábado, 24 de enero de 2015


Ser abuela hoy, es otro rollo. 

Hay ocasiones en que comprender la vida se me dificulta y ahora mucho más, con lo que la sociedad exige en mis años viejos. Hace diecisiete años Dios me  bendijo al convertirme en abuela por primera vez, sobre todo porque en ese maravilloso tiempo tenía el privilegio de gozar de una salud inquebrantable, una economía estable, un futuro lleno de ilusiones, que me permitía realizar varias actividades altruistas alternadas con las del hogar. 

Tres lustros después en distintos tiempos, llegaron otros siete pequeñines, cuatro mujercitas y tres varones. Mi felicidad no tuvo límite, mi corazón se fue dividiendo conforme les conocía para prodigarse a todos por igual pero…,el tiempo no perdona, cuando pisé por primera vez la senda de las abuelas, yo era otra. 

En este corto periodo la situación social, económica y laboral de la mujer cambió radicalmente, los compromisos se le duplicaron, el dinero en su casa escaseó, la exagerada promoción a tener y parecer la descontroló; acontecimientos que hicieron trizas el encanto que antaño poseía una abuela. Recuerdo aquellos domingos en los que llevaba a mis hijos a la casa de mis padres, desayunábamos y comíamos con ellos, fueron horas de placer que terminaban cuando el atardecer indicaba el regreso. Durante la semana las tareas escolares y las domésticas nos mantenían bastante ocupados, solo por teléfono nos comunicábamos, a veces sin esperarlo los visitábamos un ratito, pero lo clásico era el domingo. 

Mi madre jamás llevó al kínder, a la escuela, al karate, al inglés o a la natación a mis hijos; ni de compras, ni al médico, ni se encargó de ellos para que mi esposo y yo saliéramos a divertirnos, cuando el compromiso era ineludible, se pagaba el servicio de una niñera. Mi conciencia me ordenaba respetar su vida privada, ella se había entregado por completo durante mi desarrollo, ahora debía corresponderle dejándola disfrutar sus años mayores. Fue una magnífica abuela, los consentía, platicaba con ellos, les contaba historias, les hacía regalos, les daba golosinas, sobre todo nieve y frutas frescas en la temporada de calor. Recibía, disfrutaba y despedía con amor a todos sus nietos.  

En la actualidad el desempleo, el ser padres a  temprana edad o ya muy adultos, la búsqueda constante de placeres y la rotunda negación al sacrificio personal, ha obligado a las abuelas a convertirse en madres sustitutas, cocineras, choferes, cuidadoras, sin recibir pago alguno, porque se piensa que esa es su forma de contribuir al bienestar del hogar de los hijos. Son verdaderas heroínas, sobreviven cumpliendo obligaciones propias y ajenas. Gracias a Dios hay algunas que aun pueden contar cuentos, jugar con sus nietos y acompañarlos en sus rezos antes de acostarse, y también hay hijos que agradecen el enorme esfuerzo que la abuela realiza, a pesar de su quebrantada salud. 

El amor entre abuela y nietos debe ser incondicional, jamás obligado, juzgado ni satirizado, su misión ya la ha cumplido, por eso tiene derecho de amar a su manera… ¡ser abuela hoy, es otro rollo!. 

Antonieta B. de De Hoyos               1/24/15.

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