jueves, 8 de enero de 2015


Es más cómodo matar, que educar.

He perdido la cuenta de las veces que el gobierno, en sus diferentes periodos administrativos, ya sea a nivel local, estatal o federal, ha intentado despenalizar la práctica del aborto. No me cabe en la cabeza que en pleno tercer milenio, cuando abogamos por el hábito de la buena lectura, por el conocimiento en las artes y la literatura, cuando queremos humanizarnos como sociedad, se siga proponiendo la cultura de la muerte.

Nuestros legisladores han tratado en varias ocasiones de incluir la pena de muerte entre las sanciones penales, pero los mexicanos en nuestra doble moral no lo hemos permitido  aun y cuando, en otros países haya prosperado.

A lo mejor porque  matar a alguien ya desarrollado, con criterio propio, con el que se entabla una conversación; intimida mas a los jueces en su decisión. En cambio cuando se trata de abortar, de detener una gestación, de asesinar a un ser indefenso al que no se le conoce el rostro ni se le ha tocado, todo es más fácil. 

Con esta clase de propuestas de ley, queda comprobado que la popularidad de los pequeños y grandes partidos, está basada en la enorme ignorancia de los pueblos. En la actualidad, la educación en gran parte de los hogares y de las escuelas va en declive, y si a esto le agregamos el total desconocimiento en valores cívicos y espirituales de los adultos, estaremos ofreciendo una tierra fértil para que se continúen cometiendo delitos bajo el amparo de novedosas leyes.

Claro que cuesta más trabajo educar que “eliminar” el problema. Educar desde la infancia en la responsabilidad implica despertar del letargo a nuestros gobernantes, maestros y jerarcas, de las distintas doctrinas religiosas. Es ponerlos a trabajar muy duro en la organización de programas pedagógicos que se difundan a través de los medios de comunicación como la radio, la tele, la prensa; incluso en el mismo púlpito al término de cada ceremonia. Urge formar de nueva cuenta la conciencia moral de nuestros antepasados, exigir hacer el bien y evitar el mal, demostrar con hechos la ventaja de vivir una vida honesta, a pesar de sufrir la más extrema pobreza. 

La poca o nula educación recibida lleva a hombres y mujeres muy jóvenes, a cometer actos vulgares y equivocados bajo la fría e indiferente mirada de las personas mayores, que les condenan a moverse entre condones, anticonceptivos, enfermedades de contagio sexual, abortos, alcohol y drogas, pero aun así dicen amarlos.  

Sabemos que toda mujer que se ha practicado un aborto innecesario, jamás olvida esa traumática experiencia que le modifica de manera radical su futuro. Reforzar buenos hábitos, reglas de urbanidad, el temor a Dios, el cuidado de la salud del cuerpo y del alma, es nuestra obligación. Decir que despenalizar el aborto no es promover la cultura de la muerte, es como regalar dulces para la prevención de la diabetes y la obesidad. 

  Antonieta B. de De Hoyos                    Enero 10/15

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