Es más cómodo matar, que
educar.
He perdido la cuenta de las
veces que el gobierno, en sus diferentes periodos administrativos, ya sea a
nivel local, estatal o federal, ha intentado despenalizar la práctica del
aborto. No me cabe en la cabeza que en pleno tercer milenio, cuando abogamos por
el hábito de la buena lectura, por el conocimiento en las artes y la
literatura, cuando queremos humanizarnos como sociedad, se siga proponiendo la
cultura de la muerte.
Nuestros legisladores han
tratado en varias ocasiones de incluir la pena de muerte entre las sanciones
penales, pero los mexicanos en nuestra doble moral no lo hemos permitido aun y cuando, en otros países haya prosperado.
A lo mejor porque matar a alguien ya desarrollado, con criterio
propio, con el que se entabla una conversación; intimida mas a los jueces en su
decisión. En cambio cuando se trata de abortar, de detener una gestación, de
asesinar a un ser indefenso al que no se le conoce el rostro ni se le ha tocado,
todo es más fácil.
Con esta clase de propuestas
de ley, queda comprobado que la popularidad de los pequeños y grandes partidos,
está basada en la enorme ignorancia de los pueblos. En la actualidad, la
educación en gran parte de los hogares y de las escuelas va en declive, y si a
esto le agregamos el total desconocimiento en valores cívicos y espirituales de
los adultos, estaremos ofreciendo una tierra fértil para que se continúen
cometiendo delitos bajo el amparo de novedosas leyes.
Claro que cuesta más trabajo
educar que “eliminar” el problema. Educar desde la infancia en la
responsabilidad implica despertar del letargo a nuestros gobernantes, maestros
y jerarcas, de las distintas doctrinas religiosas. Es ponerlos a trabajar muy
duro en la organización de programas pedagógicos que se difundan a través de
los medios de comunicación como la radio, la tele, la prensa; incluso en el
mismo púlpito al término de cada ceremonia. Urge formar de nueva cuenta la
conciencia moral de nuestros antepasados, exigir hacer el bien y evitar el mal,
demostrar con hechos la ventaja de vivir una vida honesta, a pesar de sufrir la
más extrema pobreza.
La poca o nula educación
recibida lleva a hombres y mujeres muy jóvenes, a cometer actos vulgares y
equivocados bajo la fría e indiferente mirada de las personas mayores, que les
condenan a moverse entre condones, anticonceptivos, enfermedades de contagio
sexual, abortos, alcohol y drogas, pero aun así dicen amarlos.
Sabemos que toda mujer que se
ha practicado un aborto innecesario, jamás olvida esa traumática experiencia
que le modifica de manera radical su futuro. Reforzar buenos hábitos, reglas de
urbanidad, el temor a Dios, el cuidado de la salud del cuerpo y del alma, es
nuestra obligación. Decir que despenalizar el aborto no es promover la cultura
de la muerte, es como regalar dulces para la prevención de la diabetes y la
obesidad.
Antonieta B. de De Hoyos Enero 10/15
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