viernes, 19 de septiembre de 2014


Doctrina cristiana y psicología, de la mano.

Desde adolescente, me incliné por la psicología, algo había en esta ciencia que me atraía,  lo raro es que sin tener nociones de ella pues apenas cursaba la secundaria; en todos mis libros escribí con gran orgullo “futura psicóloga de Piedras Negras”. Pero los hijos proponen y los padres disponen, mi querido progenitor no titubeó ni escuchó razones juveniles solo dijo una palabra !educadora!, profesión que en un principio me disgustó, pero que con la práctica y el trato con los niños aprendí a amar. De todas formas, no desistí de mi ilusión juvenil porque de soltera y de casada, mis tiempos libres los ocupé en leer libros relacionados con la psicología y la conducta del individuo; me interesaba conocer, para comprender, no solo a los demás sino también a mí misma. 

Casi sin darme cuenta empecé a inclinarme por textos que se relacionaban con la filosofía, con la ética y con la superación personal; sentía una gran curiosidad por conocer el origen del comportamiento humano, resolver conflictos interpersonales,  encontrar la diferencia entre temperamento y carácter. En ese afán se me hizo costumbre el tener en mi mesita de noche, uno o dos libros para leer antes de acostarme, los que elijo con cuidado porque en este negocio abundan los charlatanes y plagiarios.

En ese querer saber me encontré un texto titulado “Mindfulness: la aceptación y conciencia plena del momento presente” escrito por Ana Muñoz. El término mindfulness, aunque no tiene una traducción exacta al español, puede definirse como una atención y conciencia plena del momento que se vive. Es centrarse de un modo activo y reflexivo en el aquí y el ahora, todo lo contrario a lo que podría ser el fantasear o soñar despierto.  

Esta no es una reflexión valorativa, sino más bien contemplativa, se limita a observar sin juzgar, sin crítica ni rechazo, es admitir la experiencia. El mindfulness es una filosofía de vida que tiene su origen en el budismo Zen, es el ideal Zen de vivir el momento presente, así como lo propone el cristianismo. Consiste en sentir las cosas tal y como están sucediendo, sin ejercer ningún control sobre ellas, sin pretender cambiarlo ni hacerlo desaparecer; es percibir la  realidad, aceptar las cosas como son, sin intentar huir aunque ésta sea una emoción desagradable. Cuando los cristianos y fieles de otras doctrinas en el mundo, nos sometemos a la voluntad divina, la serenidad nos invade, la paz nos reconforta, vemos la vida con mayor claridad y confianza, tomamos  decisiones acertadas. Detener el paso y permanecer en silencio, evita cometer el error de falsear la  realidad, como ocurre hoy en la sociedad y en los hogares.

La psicología moderna se centra en el aquí y ahora, afirma que lo pasado ya pasó y que el futuro es incierto porque aun no llega; insiste que lo más valioso que tenemos es el presente, con el que podemos fincar el pasado y augurar el porvenir.

Soy afortunada porque mientras investigo sobre la forma de actuar de los seres humanos, reconozco con mayor humildad, la gran sabiduría de los preceptos cristianos. 

Antonieta B. de De Hoyos            sept./20/14

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