viernes, 13 de junio de 2014


Está de pensarse.

Con motivo de la celebración del día de las madres entré a las redes sociales, conecté la televisión y escuché la radio. De verdad es increíble la cantidad no solo de felicitaciones sino también de poemas y pensamientos amorosos con los que se agradece y glorifica a la maternidad en nuestro país. El domingo siguiente a esta celebración el sacerdote en su homilía dijo: “Pastores ausentes, ovejas dispersas” y recalcó la difícil situación por la que están pasando millones de niños y adolescentes que en la actualidad vagan por las calles, llenan los antros y los depósitos de cadáveres; criaturas que en apariencia han sido custodiados y educados por sus padres pero no lo suficiente como para alejarlos de las drogas, alcohol y sexo.

Esta observación me hizo reflexionar en la forma descomunal como se ha ido incrementado el número de madres solteras, unas porque de manera inesperada se vieron embarazadas y abandonadas, otras obligadas a huir ante la conducta violenta de la pareja y el resto por así convenir a sus intereses sentimentales, económicos, sociales o profesionales. Lo bueno es que en este festejo no existe discriminación, todas son madres, parieron hijos con dolor y los sacan adelante con grandes esfuerzos, motivos suficientes para sentirse  bendecidas por Dios y respetadas por la sociedad.

No sé por qué, pero en ese ir y venir de regalos, flores, globos con frases de “te amo mamá” y pasteles de todos tamaños y sabores, mi imaginación voló hasta posarse en aquellas mujeres madres que no han tenido la suerte de un matrimonio bien avenido y se encuentran paralizadas en una unión sólida que no mata el cuerpo, pero sí destruye el alma.

Me refiero a la mujer madre y esposa leal que se niega a sí misma y que ama de manera incondicional a su familia. Esa mujer que con dignidad avanza día a día tomada de la mano de Dios, que se esfuerza por comprender la actitud inexplicable de su pareja, que vive en sobriedad para que el salario alcance, que se sobrepone a experiencias difíciles que flagelan su espíritu y aun así cumple con honor su rol de señora.

Probablemente muchos de nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer a esta  excepcional mujer madre y esposa, que por convicción se aleja de vanidades y se olvida de sus sueños, la que de manera inteligente evita la confrontación con su pareja aún y cuando está segura que saldría victoriosa. En su corazón no hay lugar para las ofensas, su prioridad es hacer de sus hijos, personas de bien, y para no errar pide con humildad la iluminación de Dios.

Conservar a la familia unida es el gran reto del milenio, la sociedad está en deuda con todas aquellas mujeres, que con grandes sacrificios personales lo logran. Celebremos a la mujer madre pero sin olvidarnos de la excelsa labor de la esposa fiel.

Por Antonieta  B. de De Hoyos.                         5/24/14

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