Está de
pensarse.
Con
motivo de la celebración del día de las madres entré a las redes sociales,
conecté la televisión y escuché la radio. De verdad es increíble la cantidad no
solo de felicitaciones sino también de poemas y pensamientos amorosos con los
que se agradece y glorifica a la maternidad en nuestro país. El domingo
siguiente a esta celebración el sacerdote en su homilía dijo: “Pastores
ausentes, ovejas dispersas” y recalcó la difícil situación por la que están
pasando millones de niños y adolescentes que en la actualidad vagan por las
calles, llenan los antros y los depósitos de cadáveres; criaturas que en
apariencia han sido custodiados y educados por sus padres pero no lo suficiente
como para alejarlos de las drogas, alcohol y sexo.
Esta
observación me hizo reflexionar en la forma descomunal como se ha ido
incrementado el número de madres solteras, unas porque de manera inesperada se
vieron embarazadas y abandonadas, otras obligadas a huir ante la conducta
violenta de la pareja y el resto por así convenir a sus intereses
sentimentales, económicos, sociales o profesionales. Lo bueno es que en este
festejo no existe discriminación, todas son madres, parieron hijos con dolor y
los sacan adelante con grandes esfuerzos, motivos suficientes para
sentirse bendecidas por Dios y
respetadas por la sociedad.
No sé
por qué, pero en ese ir y venir de regalos, flores, globos con frases de “te
amo mamá” y pasteles de todos tamaños y sabores, mi imaginación voló hasta
posarse en aquellas mujeres madres que no han tenido la suerte de un matrimonio
bien avenido y se encuentran paralizadas en una unión sólida que no mata el
cuerpo, pero sí destruye el alma.
Me
refiero a la mujer madre y esposa leal que se niega a sí misma y que ama de
manera incondicional a su familia. Esa mujer que con dignidad avanza día a día
tomada de la mano de Dios, que se esfuerza por comprender la actitud
inexplicable de su pareja, que vive en sobriedad para que el salario alcance,
que se sobrepone a experiencias difíciles que flagelan su espíritu y aun así
cumple con honor su rol de señora.
Probablemente
muchos de nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer a esta excepcional mujer madre y esposa, que por
convicción se aleja de vanidades y se olvida de sus sueños, la que de manera
inteligente evita la confrontación con su pareja aún y cuando está segura que
saldría victoriosa. En su corazón no hay lugar para las ofensas, su prioridad
es hacer de sus hijos, personas de bien, y para no errar pide con humildad la
iluminación de Dios.
Conservar
a la familia unida es el gran reto del milenio, la sociedad está en deuda con
todas aquellas mujeres, que con grandes sacrificios personales lo logran.
Celebremos a la mujer madre pero sin olvidarnos de la excelsa labor de la esposa
fiel.
Por Antonieta
B. de De Hoyos. 5/24/14
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