domingo, 9 de marzo de 2014


Me lo contó mi abuela.

Serán los años vividos o el estar ahora ocupando el lugar de mí querida abuela Agripina, que me llegan a la memoria, algunas de las muchas anécdotas que me contó durante la infancia y adolescencia, tiempo fértil para que jamás se me olvidaran.

“Cuenta que viviendo en la ciudad de Saltillo, una señora tuvo una discusión muy fuerte con su marido y que en su furor lo sacó a empujones hasta la banqueta, diciéndole de improperios. Eran tan fuertes sus gritos que los  vecinos salieron asustados a ver que era lo que motivaba tal escándalo. El hombre avergonzado ante la mirada de los espectadores, le pedía que bajara la voz y que se controlara, pero al ver que su súplica era inútil, dio media vuelta y se retiró. No satisfecha la mujer, continuó profiriendo insultos pero era tal su coraje que dejo salir de sus labios una  maldición. Mi abuela contaba impresionada que no fueron solo majaderías, sino una autentica maldición, en la que ella le vaticinó: “Ojala que mis ojos no te vuelvan a ver”.  Esa misma noche la señora recibió la triste noticia de que su esposo, había sido atropellado y fallecido en el incidente”.  

El consejo que daba la abuela, era que jamás maldijéramos a alguien, porque los malos deseos, para nuestro infortunio casi siempre se cumplen. También nos recomendaba que nunca nos fuéramos a dormir estando disgustados con alguien, que la noche es para que el cuerpo recupere sus energías, que es en ese sueño profundo donde la persona se comunica con Dios y recibe sus bendiciones, pero que si te vas a la cama estando en pleito con alguien, esas buenas intenciones no pueden llegar.

Estas sabias palabras han estado conmigo desde entonces y las he seguido al pie de la letra; aunque debo reconocer que de vez en cuando si me he ido a la cama muy disgustada, pero procuro hacer una pequeña meditación para fijarme donde estuvo el error, si yo soy la ofendida desde lo mas profundo de mi alma perdono al que me ofendió, pero si fuera en caso contrario, que yo hubiera ofendido, me prometo buscar al día siguiente, lo mas pronto posible la reconciliación. Quizás el conocer la tragedia de esta señora en mis primeros años, me llevó a bendecir en silencio o en voz alta siempre al que se despide, costumbre que me permite disfrutar con mayor tranquilidad lo cotidiano. 

Llega el miércoles de ceniza y con el damos inicio al tiempo cuaresmal, espacio ideal para la reflexión, para reconocer y reparar errores, pero sobre todo para fortalecer el espíritu, fuerza sobrenatural que necesitamos para tomar las decisiones correctas, ahora mas que nunca en que la tecnología y la comunicación de manera exagerada promueven los placeres carnales y las frivolidades.

Dicen los que saben que solo necesitamos veintiún días para cambiar conductas, nuestra fe nos ofrece hoy de manera espléndida cuarenta.   

Por Antonieta B. de De Hoyos                        3/8/14.

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios: