El
éxito de los hijos hoy, lo forjamos los padres.
La
infancia marca la vida de los niños, por eso existe un pensamiento que dice
“Dame un niño hasta los siete años y después has con él lo que quieras”, razón
por la que los padres, no deben desperdiciar ni un solo minuto de ese espacio
educativo. Décadas atrás cuando la revolución tecnológica y científica se globalizó,
se instó a los jóvenes para que obtuvieran lo máximo de conocimientos, llegando
al grado de que los mejores puestos en las empresas, los ocupaban los que poseían un título universitario, una
licenciatura, un doctorado, o cientos de
diplomados.
Es
al principio de milenio, cuando queda de manifiesto que muchos de los egresados
de prestigiosas universidades no sabían comportarse, no poseían ética personal,
ni principios religiosos, eran unos patanes de lujo.
Fue
esta problemática laboral la que provocó el cambio, los empleadores o
seleccionadores de obreros y funcionarios, detuvieron el paso y formularon un
nuevo perfil psicológico basado en: conocimientos, aptitudes (talentos, dones)
y actitudes (modo de ser). A partir de entonces en los empleos donde se requería
especialización se insistió en los conocimientos, pero sin olvidar la
importancia del talento y del comportamiento. Por el contrario cuando la destreza y los valores familiares eran prioridad,
el trabajador recibe de la empresa su capacitación de forma gratuita.
En
la actualidad, la educación recibida durante la infancia y la adolescencia han
cobrado fuerza. Los encargados de reclutar personal, escudriñan en el
solicitante su capacidad para realizar varias tareas a la vez, su esfuerzo y
dedicación, su espíritu de superación y servicio a sus semejantes, su confianza
en sí mismo, la toma de decisiones, la apertura al cambio, el control
emocional, la firmeza de carácter y su tenacidad. En esa nueva escala agregaron:
apariencia, vestimenta adecuada, pulcritud, buena salud, (nada de vicios),
buenos modales, serenidad en la adversidad; con mayor énfasis su capacidad para
expresarse con claridad, con un lenguaje
correcto.
Resultaron
indispensables también: la aspiración de superación, de aprender y de perfeccionarse.
La responsabilidad, el compromiso y seriedad, el respeto a sí mismo y a los
demás, creatividad, toma de decisiones, su manera de enfrentar retos, ética
personal. El perfil del trabajador moderno exige: empatía, autocritica, elevada
autoestima, equilibrio emocional, honestidad, honradez, lealtad, confiabilidad;
ser emprendedor, perseverante, puntual e intuitivo, saber actuar bajo presión
laboral, actitudes que no se aprenden en
los libros, sino en el hogar.
Las
destrezas y la personalidad, la forma de ser y el comportamiento, están siendo
revalorados. La ética y los principios fundamentales de los seres humanos,
están grabados desde su infancia en su yo interno, en su corazón y en su mente
y es difícil por no decir que imposible, borrarlos.
En
resumen. Es verdad que vale más el que sabe más, pero en la actualidad para
conservar un empleo, la buena conducta y la integridad valen mucho más.
Antonieta
B. de De Hoyos Nov. 14/
12.
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