martes, 11 de diciembre de 2012


El éxito de los hijos hoy, lo forjamos los padres.

La infancia marca la vida de los niños, por eso existe un pensamiento que dice “Dame un niño hasta los siete años y después has con él lo que quieras”, razón por la que los padres, no deben desperdiciar ni un solo minuto de ese espacio educativo. Décadas atrás cuando la revolución tecnológica y científica se globalizó, se instó a los jóvenes para que obtuvieran lo máximo de conocimientos, llegando al grado de que los mejores puestos en las empresas, los ocupaban  los que poseían un título universitario, una licenciatura, un doctorado, o  cientos de diplomados.

Es al principio de milenio, cuando queda de manifiesto que muchos de los egresados de prestigiosas universidades no sabían comportarse, no poseían ética personal, ni principios religiosos, eran unos patanes de lujo.

Fue esta problemática laboral la que provocó el cambio, los empleadores o seleccionadores de obreros y funcionarios, detuvieron el paso y formularon un nuevo perfil psicológico basado en: conocimientos, aptitudes (talentos, dones) y actitudes (modo de ser). A partir de entonces en los empleos donde se requería especialización se insistió en los conocimientos, pero sin olvidar la importancia del talento y del comportamiento. Por el contrario cuando la  destreza y los valores familiares eran prioridad, el trabajador recibe de la empresa su capacitación de forma gratuita.   

En la actualidad, la educación recibida durante la infancia y la adolescencia han cobrado fuerza. Los encargados de reclutar personal, escudriñan en el solicitante su capacidad para realizar varias tareas a la vez, su esfuerzo y dedicación, su espíritu de superación y servicio a sus semejantes, su confianza en sí mismo, la toma de decisiones, la apertura al cambio, el control emocional, la firmeza de carácter y su tenacidad. En esa nueva escala agregaron: apariencia, vestimenta adecuada, pulcritud, buena salud, (nada de vicios), buenos modales, serenidad en la adversidad; con mayor énfasis su capacidad para expresarse con claridad, con un  lenguaje correcto.

Resultaron indispensables también: la aspiración de superación, de aprender y de perfeccionarse. La responsabilidad, el compromiso y seriedad, el respeto a sí mismo y a los demás, creatividad, toma de decisiones, su manera de enfrentar retos, ética personal. El perfil del trabajador moderno exige: empatía, autocritica, elevada autoestima, equilibrio emocional, honestidad, honradez, lealtad, confiabilidad; ser emprendedor, perseverante, puntual e intuitivo, saber actuar bajo presión laboral, actitudes  que no se aprenden en los libros, sino en el hogar.

Las destrezas y la personalidad, la forma de ser y el comportamiento, están siendo revalorados. La ética y los principios fundamentales de los seres humanos, están grabados desde su infancia en su yo interno, en su corazón y en su mente y es difícil por no decir que imposible, borrarlos.

En resumen. Es verdad que vale más el que sabe más, pero en la actualidad para conservar un empleo, la buena conducta y la integridad valen mucho más. 

Antonieta B. de De Hoyos                  Nov. 14/ 12.

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