viernes, 9 de marzo de 2018


Un gobernante bueno, no es un buen gobernante.
                     Por Antonieta B. de De Hoyos.                                                        3/10/18.
   Todo aquel que por designio de Dios se convierte en autoridad, en guía, en maestro, no puede darse el lujo de ser bueno, debe haber en su actitud más que compasión, un sentido de justicia y de equidad. Hoy, nuestra atención está centrada en las ya próximas elecciones para Presidente de la República, razón por la que debemos estar alertas y no caer en la desinformación al emitir nuestro voto, el próximo mes de julio.
   Es indispensable escudriñar la trayectoria de cada uno de los candidatos, tener la certeza de su honestidad, preparación y experiencia, pero sobre todo leer entre líneas lo que cada medio de comunicación nos ofrece ya que por lo regular, siempre va de acuerdo con el candidato que goza ($) de su simpatía.
   Como nada es nuevo bajo el sol, y cada sexenio ésta  crítica situación se repite, me atreví a  rememorar un artículo que escribí hace poco más de una década. Inicialmente debemos saber qué bueno no es sinónimo de eficaz, sino de bondadoso. Nuestra historia narra las veces que de manera alterna, el poder legislativo ha estado en manos de gobernantes mediocres y eficaces. Los primeros, por quedar bien con todos, hicieron de la bondad y la tolerancia su prioridad. Los segundos tomaron la sensatez y la equidad como pauta.
   Un corazón blando, es suficiente para ser un gobernante bueno, aunque la voluntad más firme y la cabeza más clara no son cualidades suficientes para llegar a ser un buen gobernante. El buen gobernante dice sí cuando es sí, y no cuando es no. De preferencia, cuando de él depende la integridad de las familias y la armonía social. El gobernante bueno hace de sus gobernados pequeños dioses, seres caprichosos, déspotas, opresores, inconformes, que enajenan a la sociedad. El buen gobernante no hace ídolos, ni desea convertirse en uno de ellos, porque el Dios verdadero vive dentro de él.
   El gobernante bueno, limita la capacidad intelectual y laboral de sus representados, les ofrece dádivas, pensiones, baratijas, a cambio de su apoyo incondicional. El buen gobernante enseña a superar el hambre con dignidad, saber por experiencia propia que crecer duele. El gobernante bueno, pudre la voluntad del pueblo cuando le evita esfuerzos y responsabilidades.
   El buen gobernante, sabe que las crisis templan el carácter de sus ciudadanos, y los alienta a aprovechar la oportunidad de resurgir de entre las cenizas como el ave Fénix. El gobernante bueno, promete, apacigua, adormece, entretiene. El buen gobernante, introduce a su gente en la cultura del trabajo, del esfuerzo, la honradez y la sobriedad.  Por eso el gobernante bueno, llega a viejo decepcionado y arrepentido de ver, lo que ha hecho de su pueblo, seres embravecidos, resentidos contra todo el que logre éxito honradamente. El buen gobernante, al paso de los años crece en respeto, hasta es imitado y comprendido por las generaciones venideras.
 Lo cierto es que nuestra vida futura depende, de la sensata elección que ahora hagamos.










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