Otra oportunidad para aprender a orar
Por Antonieta B. de De Hoyos Febrero
/18/16
Estamos en tiempos difíciles, mas no por la economía
raquítica en la que mal que bien sobrevivimos, sino por la inestabilidad
emocional con la que nos relacionamos. Nos abruman los hechos sangrientos que a
cada momento nos presentan los noticieros, las telenovelas y películas
comerciales, acciones terribles que jamás pensamos veríamos con indiferencia.
Para nuestro infortunio,
los hemos ido aceptando como actos naturales en medio de la frívola rutina; lo
mismo pasa con esa brutal agresividad con la que nos conducimos y que a nadie
le interesa ayudar a superarla.
En los hospitales, los médicos no se dan abasto para
atender a tantos enfermos, los medicamentos escasean, las incapacidades
laborales van en aumento, el empleado se ausenta y la empresa pierde productividad,
por si fuera poco, aparecen nuevas enfermedades con remedios tan costosos que
se vuelve imposible medicarse.
Ahora, las enfermedades psicosomáticas van en aumento
(malestares de la mente) como consecuencia de una sobre carga de emociones
frustrantes, capaces de aniquilar al más resistente de los organismos.
Naturismo, homeopatía, micro dosis y demás formas curativas alejadas de la
medicina alópata tradicional, se han incorporado a esta lucha con el propósito
de aliviar almas y reconstruir cuerpos.
La tensión nerviosa es la principal causa, tanta
información negativa hunde a la persona en el pesimismo, en un estado de
ansiedad, de depresión y deseos suicidas, la corrupción no solo empobrece al
ciudadano, también le destruye su espíritu.
La televisión antes divertida y a
veces hasta educativa, se ha convertido en un monstruo que devora el sueño de
vivir en un mundo mejor, al espectador.
Aunque no lo aceptemos abiertamente, estamos
conscientes de que este desanimo llega, porque nos hemos alejado de Dios,
vivimos en el ruido, en el escándalo, dejamos de gozar espacios de soledad,
momentos maravillosos en los que conversábamos con Él.
Algunas personas usan misales o libritos de oración al
rezar, pero no es necesario rebuscar palabras, Dios entiende nuestro lenguaje.
Orar es escuchar y hablar con un amigo
íntimo, es vaciarse de cosas y preocupaciones, y dejar que el silencio se llene
con su presencia.
Esta introspectiva conversación no tiene que ser
larga, su esencia es la compasión, la misericordia que profesemos hacia el
prójimo, a la pareja, a la familia, a los amigos, a conocidos y desconocidos.
Cuando la persona ora se descubren sufrimientos y alegrías, ansiedades y
proyectos, es en esos momentos cuando el alma descansa y el organismo se
recupera.
La mayoría vive fuera de sí, en las cosas, distraído
en las calles y casinos de juego.
Por qué mejor no aprovechamos este miércoles
de Ceniza y la cuaresma completa, para habituarnos a orar al anochecer, es
impostergable encontrar esa paz sanadora que reconcilia el sueño, que va dentro
de nosotros, pero no la percibimos.
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