No basta con orar, pedir
y agradecer.
Sin lugar a dudas, para
vivir una vida a plenitud es indispensable estar siempre dispuestos a instruirse,
a estar atentos a lo que sucede, a escuchar. Es un juego de aprendizaje que a
cualquier edad o etapa de la vida debemos jugar, es avivar en nuestro interior
el deseo por saber más, por ser mejor persona, es ejercitar el don divino de la
inteligencia que sin distinción alguna recibimos.
Sucedió que esta vez,
cuando escuchaba con atención uno de los mensajes del Papa Francisco, le oí
decir: “Oren, pidan y agradezcan pero no
se olviden de alabar a Dios, a Él le gusta escuchar las alabanzas de su pueblo”.
¡No se olviden de alabar!, enfatizó.
Lo dijo con tal firmeza, que ya no puse
atención a lo demás por estar pensando en el modo, que tenemos algunos católicos
cristianos de hacer oración.
Por ejemplo: al amanecer antes de levantarnos nos
persignamos y damos gracias por el nuevo día, pedimos la sabiduría necesaria
para realizar nuestro trabajo diario y la bendición para las personas que
amamos o que sabemos que sufren una enfermedad.
Al mediodía si se
puede, escuchamos el rezo del Ángelus y solicitamos de nueva cuenta la
bendición para todos. De ahí hasta el anochecer. Momentos antes de dormir tomamos
el librito de oraciones, rezamos el rosario o el viacrucis si es cuaresma y
terminamos agradeciendo a Dios las bendiciones
recibidas.
A mí me da mucha paz encomendarme a Dios al finalizar el día, porque mi mente descansa y mi organismo
se recupera de la fatiga.
Menciono lo anterior
porque creo que ésta es una saludable rutina, que casi todos los creyentes
realizamos sin importar la doctrina que profesemos, porque sabemos que nuestras
oraciones y meditaciones siempre llegan a Dios.
Mis rezos son cortos, probablemente
me ocupen veinte minutos, es un espacio de intimidad en el que converso con
Dios desde hace muchos años.
Pero, ¿y la alabanza que recomienda el Papa
Francisco?, haciendo un poco de memoria me di cuenta de que en mis rezos, si uso
frases que puedo considerar alabanzas, pero no con la perseverancia que él nos indica.
Por eso decidí buscar en
internet las frases y la manera correcta de decirlas. Leí muchas, intenté
memorizarlas, pero me resultaban extrañas, no estaban en mi lenguaje habitual.
Necesitaba
palabras que alabaran y que a la vez me hicieran sentir lo que decía, tenían
que ser mías, debía ser capaz de imprimirles
la fuerza que me inspiraban para dar buen término a mi rezo.
Encontré las
siguientes: “Señor tu eres santo, para ti todo el poder y la gloria, Dios todopoderoso
para ti son mis alabanzas, yo te glorifico, Amén”.
Espero que después de repetirlas
por determinado tiempo, empiecen a fluir desde el fondo de mi alma las más bellas
y auténticas alabanzas.
Antonieta B.
de De Hoyos febrero 20/16
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