jueves, 11 de febrero de 2016

La triste  realidad que no queremos aceptar.

Por Antonieta B. de De Hoyos                              febrero 12/16

Llega el catorce de febrero y todo se vuelve felicidad, es el Día de San Valentín y lo festejan en especial los enamorados, los que tienen una pareja, ya sea como novios, esposos o que pretendan iniciar un compromiso. 
Ellos envían cartas, poemas amorosos, obsequian monitos de peluche en colores rojo y blanco, o una caja de chocolates muy adornada,  a veces en forma de corazón.
Viendo el auge comercial, pronto estos regalos fueron entregados de manera recíproca a toda persona por la que se sintiera afecto: un amigo (a), el compañero (a) favorito de la clase o del trabajo. Se volvió tan popular que ahora en las escuelas, los alumnos este día intercambian golosinas: paletas de caramelo en forma de corazón, cupidos, bombones, chocolates y bellas tarjetitas con mensajes de amistad.
Pero algo no ha estado bien. Esta ola de comercialización tergiversó el concepto del verdadero amor, las generaciones recientes empezaron a catalogarlo como sinónimo  de felicidad, de placer mercantilizado, pero jamás como sacrificio, entrega, servicio ni abnegación, palabras que se han ido borrando del vocabulario acostumbrado. 
Hoy se piensa en ser feliz de acuerdo a las cosas que posees, y en amar a quien no te estorbe; han quedado en el olvido las obras de misericordia que en ocasiones, aunque representaban grandes sacrificios reconfortaban el alma.
La modernidad, ofrece a las personas infinidad de cosas que dan placer y a la vez les invita  a evitar todo lo que moleste, y es precisamente esa búsqueda de frívola felicidad y constante festejo, la que ha llevado a innumerables parejas a la separación, al divorcio, a olvidarse de lo que realmente es trascendente  en su vida.
Comunicar a los hijos la decisión de terminar una relación sentimental o matrimonio, es como enterrarles un puñal en el pecho, por eso resulta contradictorio que les aseguren que nunca dejaran de amarlos, cuando ellos como pareja no lo lograron. 
De nada servirá que les señalen la cantidad de familias desintegradas que ahora  son mucho más felices, que antes, de todos modos se sentirán defraudados. Si acaso logran que los hijos los vean como personas normales, hasta simpáticas y que en su mente infantil visualicen que ellos nacieron como fruto de un gran amor…¡felicítense!
Los niños vienen equipados para amar, dentro de su corazón vive el amor de Dios desde su concepción, ellos aman para siempre y sin reserva, a sus padres, abuelos, hermanos, familiares y amiguitos, por eso saber que se puede dejar de amar los descontrola.


Este día del “AMOR” entre tanto festejo, dese tiempo y mire a los ojos a su hijo (os), trate de leer sus pensamientos y descubrir sus sentimientos; acepte que la fidelidad es un valor que él ha perdido, y que siempre estará pendiente del momento en que la persona que jura que le ama, lo abandone. 

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