La triste realidad que no queremos aceptar.
Por Antonieta B. de De
Hoyos
febrero 12/16
Llega el catorce de febrero y
todo se vuelve felicidad, es el Día de San Valentín y lo festejan en especial
los enamorados, los que tienen una pareja, ya sea como novios, esposos o que
pretendan iniciar un compromiso.
Ellos envían cartas, poemas amorosos,
obsequian monitos de peluche en colores rojo y blanco, o una caja de chocolates
muy adornada, a veces en forma de
corazón.
Viendo el auge comercial,
pronto estos regalos fueron entregados de manera recíproca a toda persona por
la que se sintiera afecto: un amigo (a), el compañero (a) favorito de la clase
o del trabajo. Se volvió tan popular que ahora en las escuelas, los alumnos este
día intercambian golosinas: paletas de caramelo en forma de corazón, cupidos,
bombones, chocolates y bellas tarjetitas con mensajes de amistad.
Pero algo no ha estado bien.
Esta ola de comercialización tergiversó el concepto del verdadero amor, las
generaciones recientes empezaron a catalogarlo como sinónimo de felicidad, de placer mercantilizado, pero
jamás como sacrificio, entrega, servicio ni abnegación, palabras que se han ido
borrando del vocabulario acostumbrado.
Hoy se piensa en ser feliz de
acuerdo a las cosas que posees, y en amar a quien no te estorbe; han quedado en
el olvido las obras de misericordia que en ocasiones, aunque representaban
grandes sacrificios reconfortaban el alma.
La modernidad, ofrece a las
personas infinidad de cosas que dan placer y a la vez les invita a evitar todo lo que moleste, y es
precisamente esa búsqueda de frívola felicidad y constante festejo, la que ha
llevado a innumerables parejas a la separación, al divorcio, a olvidarse de lo
que realmente es trascendente en su
vida.
Comunicar a los hijos la
decisión de terminar una relación sentimental o matrimonio, es como enterrarles
un puñal en el pecho, por eso resulta contradictorio que les aseguren que nunca
dejaran de amarlos, cuando ellos como pareja no lo lograron.
De nada servirá
que les señalen la cantidad de familias desintegradas que ahora son mucho más felices, que antes, de todos
modos se sentirán defraudados. Si acaso logran que los hijos los vean como
personas normales, hasta simpáticas y que en su mente infantil visualicen que
ellos nacieron como fruto de un gran amor…¡felicítense!
Los niños vienen equipados
para amar, dentro de su corazón vive el amor de Dios desde su concepción, ellos
aman para siempre y sin reserva, a sus padres, abuelos, hermanos, familiares y
amiguitos, por eso saber que se puede dejar de amar los descontrola.
Este día del “AMOR” entre
tanto festejo, dese tiempo y mire a los ojos a su hijo (os), trate de leer sus
pensamientos y descubrir sus sentimientos; acepte que la fidelidad es un valor
que él ha perdido, y que siempre estará pendiente del momento en que la persona
que jura que le ama, lo abandone.
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