sábado, 24 de mayo de 2014


Dejemos de lado las sensiblerías.

Es necesario que los adultos dejemos de ser adultos, no por unos instantes sino por varios días y nos convirtamos en niños, pero no en aquellos niños de nuestra infancia, sino en los niños de hoy.

Dejemos de lado las sensiblerías, seamos realistas y aunque nos duela, admitamos todas esas terribles experiencias que día tras día, nuestros pequeños se ven obligados a soportar.

Cerremos los ojos y en silencio recordemos una a una, todas aquellas escenas de sufrimiento que hemos venido grabando en su memoria y en su corazón, por el simple hecho de ser adultos y de poseer la fuerza. Conducta prepotente, impulsiva, cegada por el egoísmo de ser felices a costa de lo que sea, sin importarnos el daño que hacemos.

Regalar cosas es fácil, hacer una fiestecita con dulces y piñatas es bueno, pero mejor sería detenernos y pensar a conciencia, si en algún momento mí alocada conducta, entorpece su desarrollo físico, mental y espiritual.

Los niños de hoy necesitan amor, educación y seguridad social. Tres importantes  conceptos que no hemos valorado a fondo ni gobierno ni familia, aun y cuando sabemos que este grave descuido es lo que ha dado origen a la convulsionada sociedad actual, en la que casi infructuosamente tratamos de sobrevivir.

El amor indudablemente nace en el seno familiar y éste no puede generarse, -aunque lo neguemos- si no se basa en la iluminación de la fe.  Los valores humanos y espirituales se aprenden a través de este amor.

La honestidad, la responsabilidad, la caridad, el amor al prójimo, el hacer el bien, el evitar el mal y el esforzarse por permanecer unidos como pareja, constituyen el mejor regalo que los adultos en general pueden dar a los niños.

Pero no olvidemos que ellos necesitan salir a la calle, sentirse seguros en ella, ir a la escuela sin pensar que de repente, tendrán que tirarse al suelo y cubrirse la cabeza porque ocurre una balacera. La policía no debe atemorizarlos, ellos tienen el derecho a disfrutar de parques y jardines en su colonia, a departir con amiguitos y vecinos, a tener una casa digna donde vivir y nutrirse sin llegar a la obesidad. También merecen una instrucción escolar de calidad, con maestros que vean en su labor un apostolado y no solo ganancias económicas.

Los niños, deben sentir su integridad protegida por automovilistas respetuosos de los señalamientos y límites de velocidad, y conducirse sin miedo por calles libres de basura, con perros bajo control y cero lugares de perdición. La radio y la televisión supervisadas, deben ofrecerles una programación sana y divertida que les permita crecer como personas.

La humanidad está en crisis, sobrelleva fuertes cambios que seguramente servirán para reparar errores, pero por lo pronto, ahora, regalemos a los niños durante su infancia        -gobierno y familia- la esperanza y la belleza de un mundo mejor.
Antonieta B. de De Hoyos                              3/5/14

 

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