Dejemos de lado las sensiblerías.
Es necesario que los adultos dejemos de ser adultos,
no por unos instantes sino por varios días y nos convirtamos en niños, pero no
en aquellos niños de nuestra infancia, sino en los niños de hoy.
Dejemos de lado las sensiblerías, seamos realistas y
aunque nos duela, admitamos todas esas terribles experiencias que día tras día,
nuestros pequeños se ven obligados a soportar.
Cerremos los ojos y en silencio recordemos una a una,
todas aquellas escenas de sufrimiento que hemos venido grabando en su memoria y
en su corazón, por el simple hecho de ser adultos y de poseer la fuerza.
Conducta prepotente, impulsiva, cegada por el egoísmo de ser felices a costa de
lo que sea, sin importarnos el daño que hacemos.
Regalar cosas es fácil, hacer una fiestecita con
dulces y piñatas es bueno, pero mejor sería detenernos y pensar a conciencia,
si en algún momento mí alocada conducta, entorpece su desarrollo físico, mental
y espiritual.
Los niños de hoy necesitan amor, educación y seguridad
social. Tres importantes conceptos que no hemos valorado a fondo ni
gobierno ni familia, aun y cuando sabemos que este grave descuido es lo que ha
dado origen a la convulsionada sociedad actual, en la que casi infructuosamente
tratamos de sobrevivir.
El amor indudablemente nace en el seno familiar y éste
no puede generarse, -aunque lo neguemos- si no se basa en la iluminación de la
fe. Los valores humanos y espirituales se aprenden a través de este amor.
La honestidad, la responsabilidad, la caridad, el amor
al prójimo, el hacer el bien, el evitar el mal y el esforzarse por permanecer
unidos como pareja, constituyen el mejor regalo que los adultos en general
pueden dar a los niños.
Pero no olvidemos que ellos necesitan salir a la
calle, sentirse seguros en ella, ir a la escuela sin pensar que de repente,
tendrán que tirarse al suelo y cubrirse la cabeza porque ocurre una balacera.
La policía no debe atemorizarlos, ellos tienen el derecho a disfrutar de
parques y jardines en su colonia, a departir con amiguitos y vecinos, a tener
una casa digna donde vivir y nutrirse sin llegar a la obesidad. También merecen
una instrucción escolar de calidad, con maestros que vean en su labor un
apostolado y no solo ganancias económicas.
Los niños, deben sentir su integridad protegida por
automovilistas respetuosos de los señalamientos y límites de velocidad, y
conducirse sin miedo por calles libres de basura, con perros bajo control y
cero lugares de perdición. La radio y la televisión supervisadas, deben
ofrecerles una programación sana y divertida que les permita crecer como
personas.
La humanidad
está en crisis, sobrelleva fuertes cambios que seguramente servirán para
reparar errores, pero por lo pronto, ahora, regalemos a los niños durante su
infancia -gobierno y familia- la
esperanza y la belleza de un mundo mejor.
Antonieta B. de
De
Hoyos
3/5/14
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