martes, 1 de noviembre de 2011

El alma del ama de casa, hace  la diferencia.
El domingo pasado se celebró en Piedras Negras Coahuila el “Día del Ama de Casa” y para los que no lo saben, a un costado de la Concha Acústica en la Macroplaza, se encuentra una placa que nos recuerda la importancia de este evento. Ahora estamos en  noviembre y pronto dará inicio la temporada de adviento, semanas que preparan nuestro espíritu para recibir con infinito gozo la navidad.
Como un collar de cuentas reventado, llegan rodando uno a uno los recuerdos de la infancia, de la juventud, de la madurez  y porque no; también los de la incomprendida  pero maravillosa edad provecta. Para unos el fin de año es un cambio de calendario, para otros es alegría convertida en agradecimiento a Dios por haber vivido y continuar  viviendo. Aunque lo anterior es digno de tomarse en cuenta, para mí lo esencial de estos dos últimos meses,  es el evocar y añorar la protección y el apoyo inigualable, que de manera desinteresada y por tiempo indefinido, nos ofreció nuestra querida madre, ejemplar como ama de casa.
La casa materna es  un regalo divino que pocas veces valoramos, es un sitio intangible,  inmenso que nos envuelve y se funde con nuestra alma, es un lugar en el que a cada instante fabricamos recuerdos y recibimos o no,  los afectos que nos marcan para siempre. Pero ¿quién cimenta esos espacios que nos llenan de nostalgia? Dice Bachelard: “la casa la construye  el  ama de casa, y la edifica cuando día con día va dejando su alma en el lienzo que limpia y lustra el hogar”. El alma del ama de casa es el alguien que edifica el hogar en la transformación diaria con las acciones comunes de: recoger,  acomodar, cocinar, engalanar, reír, llorar, regañar, premiar  y cientos más de cuidados caseros. Su alma es el aliento que permite la trascendencia humana, ella logra que la casa se convierta en una segunda piel, ella le da el sentido de pertenencia y permanencia.
De esa manera la más humilde choza es el rincón más  sagrado del universo; sin ella, hombres y mujeres estaríamos dispersos, la casa nos sostiene a través de las tormentas del cielo y de las tormentas de la vida. Todas las mañanas nos impulsa a vivir y todas las tardes nos ofrece el encierro de la intimidad.
Entre esas paredes nacen nuestras neurosis y fortalezas, ahí aprendemos lo más importante de la vida. Las proezas y bajezas de la historia futura se engendran en el hogar. Amar y respetar los espacios que habitamos es también amar y respetarnos a nosotros mismos. Los abuelos sabían que un matrimonio debería iniciarse poseyendo antes que cualquier otro lujo, una casa, por más humilde que esta fuera. Los gobiernos ahora lo reconocen, de ahí su interés porque cada ciudadano obtenga lo más pronto posible una vivienda, se identifique con ella  y se esfuerce por conservarla. La casa  siempre estará con nosotros, así pasen los años y nos alejemos de ella, porque fue ahí donde amamos, padecimos, jugamos  y reñimos. Las puertas físicas y espirituales del hogar dejan afuera el polvo, la aridez, la confusión, aunque en ocasiones se filtren y contaminen el frio, la soledad, y la agresión. Es en la casa donde  se gesta la esperanza de un mundo mejor, pero también la agonía de un ser humano y de su dignidad.
“Con todo mi trabajo de los últimos cincuenta años, todos mis temas han encontrado inspiración en mi niñez. Mi niñez nunca perdió su magia, nunca perdió su misterio y nunca perdió su drama”. Louis Bourgois.
Vaya mi admiración para todas aquellas mujeres  que hacen de una casa un hogar y que gracias a ellas y a los recuerdos, seguimos en pie de lucha.
Antonieta B. de De Hoyos              noviembre 12/08

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